Luis M. Rivas-BerlinSur
La protección a las familias de refugiados es una de
las asignaturas pendientes en la legislación alemana
de extranjería. El caso que pasamos a describir es
un mero testigo de la práctica administrativa cotidiana
de este país. En realidad, las autoridades de extranjerías
locales disponen de un margen de maniobra que les permite
evitar decisiones desproporcionadas e inhumanas. Algunos
hacen uso de ello y otros, como este caso, prefieren aferrarse
a la letra de la ley.
Süleyman Bulut, de 20 años de
edad, es el hijo mayor de una familia kurda residente en
Wathlingen (Baja Sajonia). A las tres de la madrugada del
21 de diciembre fue sacado de la cama y expulsado a Turquía.
Atrás quedaron sus padres y seis hermanos/as.
La familia Bulut llegó en 1992 a Alemania
y solicitó asilo político. Süleyman tenía
entonces ocho años. Aprendió alemán,
fue al colegio y, terminada la primaria, logró una
plaza para estudiar en una escuela profesional. Las autoridades,
sin embargo, le negaron el permiso para realizar esa formación
por carecer de permiso de residencia (la solicitud de asilo
del padre estaba aún en trámite). Se le forzó
a interrumpir sus estudios, se le amenazó con ser
repatriado y se le obligó a realizar “tareas
de interés comunitario”. El objetivo no declarado
es impedir que jóvenes como Süleyman “echen
raíces” en Alemania.
Después de 12 años de esfuerzos,
el padre y la madre de Süleyman recibieron el permiso
de residencia en mayo de 2004. El Tribunal administrativo
de Lüneburg consideró en su fallo que no se
les podía expulsar a Turquía debido a la persecución
sufrida en aquel país. El veredicto ampara también
a los hijos menores de edad de la pareja, pero no a Süleyman,
quien en el momento de la decisión judicial ya era
mayor de edad.
La deportación interrumpió violentamente
la terapia sicológica que el joven llevaba a cabo
desde mayo de 2003. Su terapeuta, el Dr. Krüger, había
diagnosticado trastornos en situaciones de tensión
de carácter postraumático y advirtió
de que, en caso de expulsión, el riesgo de suicido
era muy alto. La oficina de extranjería responsable
del caso, Celle, tuvo la posibilidad de acogerse al diagnóstico
del médico para aplazar la deportación o “tolerar”
la presencia de Süleyman en el país. Pero, se
decidió seguir adelante. Un segundo dictamen médico
solicitado por las autoridades confirmó el diagnóstico
del doctor Krüger, pero consideraba posible el traslado
del joven a Turquía “acompañado por
agentes de policía y un médico experimentado”.
Luego se supo que este segundo informe estaba condenado
a ser irrelevante, ya que el pasaje para Estambul había
sido reservado 4 días antes de esta segunda prueba.
Además el perito consultado había colaborado,
según propias declaraciones, en otras deportaciones,
con lo que su independencia era algo dudosa.
Los temores por el bienestar de Süleyman
se confirmaron la noche previa a su traslado. Según
sus familiares se encontraba en un estado de extrema excitación
y con mucho esfuerzo se impidió que se arrojase por
la ventana. La posterior presencia de amigos, su abogada
y su terapeuta lograron calmarle algo. Finalmente, el muchacho
kurdo no ofreció resistencia durante el trayecto
a Estambul. En el aeropuerto turco fue recibido por la policía
local, que le puso en libertad al día siguiente tras
interrogarle. En la metrópoli turca se ocupa de él
un hermano que había sido obligado a dejar Alemania
el pasado verano. En estos momentos, un abogado contratado
por amigos alemanes intenta evitar que Süleyman sea
reclutado para el servicio militar.
La oficina de extranjeros de Celle se lava las manos, ha
cumplido su obligación rompiendo otra familia y truncando
la vida de un ser humano cuando podía no haberlo
hecho (también desde el punto de vista estrictamente
legal). De hecho, hay otras oficinas de extranjeros que
evitan expulsar a miembros de una familia y buscan soluciones
de conjunto.
Fuentes: antifaschistische
nachrichten 1-2005 ; Nds. Flüchtlingrat
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