Luis M. Rivas-BerlinSur A veces la movilización
política y la presión mediática y administrativa
logran que la humanidad retorne, aunque sea fugazmente,
a las cabezas de los responsables de inmigración
y refugio. El presente caso de la iraní Zahra Kameli
ilustra la realidad de la política alemana de asilo.
Con final “feliz” eso sí. Otros miles
(unos 40.000 el año pasado) no tuvieron tanta suerte.
Zahra Kameli podría estar desde el
10 de febrero en Irán si no hubiera contado con un
enorme apoyo para impedir su deportación. Y todo
ese apoyo habría sido vano si no hubiera aparecido
en escena una persona con coraje suficiente, un piloto de
Lufthansa, que finalmente se negó a llevar en el
vuelo a Teherán a la desesperada joven.
Pero vayamos al principio. Zahra Kameli nació
en 1980 en Irán. A los 16 años fue casada
con un hombre diez años mayor. Poco después,
su actividad política les obligó a buscar
asilo en Alemania. A los seis meses de su llegada, nacía
en Goslar (Baja Sajonia) su hija.
A mediados de 2002, las autoridades rechazaron
la solicitud de asilo de Zahra y a comienzos de 2004 se
agotan sin éxito todos los recursos legales. La familia
pasa a la ilegalidad. Zahra se separa de su marido y se
convierte al cristianismo. Tras la separación el
marido se marcha a Irán con la hija de ambos. Zahra
conoce a otro iraní, también convertido al
cristianismo, y sigue viviendo sin papeles.
A finales de 2004 presenta una segunda solicitud
(Folgeantrag) de asilo. Debido a su nueva relación
sentimental, en Irán se le considera adúltera,
lo que está castigado (como la conversión
al cristianismo) con la pena de muerte. Es decir, en teoría,
podría acogerse al artículo de la nueva ley
alemana de extranjería (que entró en vigor
el primero de enero) que contempla la persecución
específica de género como razón para
obtener asilo. Sin embargo, la solicitud es rechazada. La
revisión en el Tribunal regional Administrativo permite
al presidente de dicha audiencia, Hirschmann, dar todo un
recital de cinismo. El juez ignora toda la información
presentada por organizaciones humanitaria en la que se documentada
el riesgo que corría Zahra en Irán y fija
la fecha de la deportación para el 10 de febrero.
20 representantes de diversas confesiones religiosas y parlamentarios
regionales protestan contra la expulsión. Pero Hirschmann
se mantienen en sus trece, aunque reconoce no estar muy
al día de la situación en Irán (documento
del Arbeitskreis Asyl). En su fallo asegura que la señora
Kameli no es creíble y que se convirtió al
cristianismo para lograr la residencia en Alemania. El juez
ignora olímpicamente el riesgo en Irán derivado
del “adulterio” por cuestiones de forma: “debió
ser presentado en su momento a la instancia correspondiente”
. Las instancias políticas federales, por su parte,
se lavan las manos y se remiten a la sentencia del Tribunal
administrativo. El desenlace hunde a Zahra, quien tiene
que recibir asistencia médica. Los llamamientos in
extremis a los ministros del interior de Baja Sajonia (cristianodemócrata)
y federal (socialdemócrata) a aplazar la expulsión
no tienen éxito; los señores ministros se
pasan la pelota uno a otro.
El día del traslado 150 manifestantes
reparten volantes entre los viajeros del vuelo a Teherán,
informando sobre la situación de la pasajera que
les acompaña e instándoles a impedir la deportación.
Zahra se resiste hasta el final y sufre un ataque de nervios.
En esas condiciones, el piloto de Lufthansa se niega a llevarla
en el avión. La joven iraní es trasladada
a un hospital donde permanece hasta hoy. Para 60 manifestantes
la jornada terminaría en comisaría. Sin agua,
ni comida, fueron retenidos durante 16 horas, se les tomaron
“huellas de ADN” y se les impidió llamar
por teléfono (había adolescentes y madres
que habían dejado a su hijos a cargo de otras personas).
La empresa gestora del aeropuerto de Francfort ha presentado
denuncia contra los antirracistas por allanamiento.
Tanto la frustrada deportación como
la represión sufrida por los manifestantes tuvo un
amplio eco mediático. La presión pública
obligó, días después, al ministerio
alemán del interior y al parlamento de baja Sajonia
a llegar a una solución de compromiso (cuando quieren
siempre hay un recurso legal a mano). Zahra Kameli recibe
un permiso de residencia de un año, pero, a cambio,
sus amigos y simpatizantes del movimiento antirracista deberán
cubrir todos los gastos de hospital, renta de la vivienda,
alimentos, etc.
Portavoces socialdemócratas y conservadores
en el parlamento regional de Baja Sajonia insistieron en
que el desenlace del caso Kameli no va a sentar precedente
y es una excepción. Para que nadie se haga ilusiones.
Fuentes:
http://carava.net ; www.wsws.org
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