Alemania en llamas
SOBRE LA HISTORIA NATURAL DE LA DESTRUCCION
W.G. Sebald
Por Guillermo Piro
Sabemos por quienes han
sufrido que después de un desastre
el sobreviviente se ve obligado a restablecer
una especie de equilibrio interno, a menudo
precario y frágil, entre el recordar
demasiado y el recordar demasiado poco.
Una parte suya, extremadamente vulnerable,
está ligada a ciertas imágenes
imborrables, garantizando de ese modo su
propia continuidad interna. Al mismo tiempo,
otra parte, para estar en condiciones de
adecuarse al mundo y funcionar en él,
lucha por borrar, si es posible por completo,
todos los recuerdos angustiantes.Los recuerdos
pueden hacer enloquecer. Es sabido que de
los que sobrevivieron a los campos de exterminio
nazis “sólo aquellos que consiguieron
olvidar pudieron vivir largo tiempo, y que
los que poseían una memoria óptima
murieron”. Quien dice esto es un escritor
israelí, Aarón Appelfeld,
a quien cita la escritora italiana Dina
Wardi en el ensayo La transizione del trauma
dell’Olocausto: conflitti di identità
nella seconda generazione di sopravvissuti
(1998).
Las cifras de la devastación de las
ciudades alemanas en los últimos
años de la Segunda Guerra Mundial
arrojan resultados escalofriantes. Según
fuentes oficiales, sólo la Royal
Air Force arrojó un millón
de toneladas de bombas sobre territorio
alemán; 131 ciudades fueron atacadas,
algunas una vez y otras muchas veces; 600
mil civiles fueron víctimas de los
bombardeos; 3 millones y medio de viviendas
fueron destruidas; al finalizar la guerra,
7 millones y medio de personas habían
quedado sin hogar. En una sola noche, ciudades
como Pforzheim perdieron un tercio de sus
600 mil habitantes.
W.G. Sebald, nacido en 1944 en Wertach,
Alemania, afirma que esa destrucción
no encontró lugar en la conciencia
de los alemanes. Los que, como él,
nacieron después, no pudieron confiar
en el testimonio de los escritores. O mejor
dicho, los que pretendieron confiar en ellos
no pudieron “hacerse una idea de las
proporciones, la naturaleza y las consecuencias
de la catástrofe provocada en Alemania
por los bombardeos. Lo poco que nos ha transmitido
la literatura, tanto cuantitativa como cualitativamente,
no guarda proporción con las experiencias
colectivas extremas de aquella época”.
Sebald encuentra que ese desastre se refleja
en las obras literarias alemanas posteriores
a 1945 en el silencio y la ausencia. Recuerda
haber crecido “con el sentimiento
de que se me ocultaba algo, en casa, en
la escuela y también por parte de
los escritores alemanes, cuyos libros leía
con la esperanza de poder saber más
sobre las monstruosidades que había
en el trasfondo de mi propia vida”.
Eso lo indujo a investigar la cuestión
de por qué los escritores alemanes
no querían o no podían describir
la destrucción de las ciudades alemanas,
tratando de explicarse “el modo en
que la memoria individual, la colectiva
y la cultural se ocupan de experiencias
que traspasan los límites soportables”,
y a confirmar que no existía una
literatura que hubiera podido responder
detalladamente a esas cuestiones. Sebald
no duda de que haya recuerdos: simplemente
no se fía de la forma en que se articulan
(literariamente). Nadie ha descripto a Alemania
en llamas. Lo que le interesa son las descripciones
de los testigos presenciales, no “la
reconstrucción puramente estética”,
como despectivamente la llama. “Panoramas
catastróficos de esa índole,imaginados
retrospectivamente, de las ciudades alemanas
en llamas quedan sin duda descartados por
el horror que tantos vivieron y quizá
nunca superaron realmente.” Si se
dejan de lado reminiscencias familiares,
intentos episódicos de hacer literatura
y lo recogido en libros de recuerdos, “sólo
se puede hablar de un continuo evitar o
eludir el tema”. Es cierto que ante
ese panorama no resulta fácil refutar
la tesis de que los alemanes no consiguieron,
mediante descripciones históricas
o literarias, llevar a la conciencia pública
los horrores de la estrategia de destrucción
de los aliados, pero tampoco resulta fácil
refutar la tesis de que es absolutamente
inadecuado, hasta podría decirse
estúpido, esperar de los testigos
presenciales una descripción de esos
hechos sin ningún tamiz estético,
como las descripciones que a Sebald satisfacen
plenamente, las de los corresponsales de
guerra de los grandes periódicos
norteamericanos.
Guerra aérea y literatura (la traducción
del título original, Luftkrieg und
Literatur, es ésta; Sobre las historia
natural de la destrucción es el título
de un libro que un “testigo presencial”,
Solly Zuckerman, al que el propio Sebald
menciona, soñaba con escribir algún
día) es entonces menos la denuncia
de una incapacidad alemana por describir
la devastación, como la denuncia
de la incapacidad de su autor para entender
que el olvido y el silencio son necesarios
para seguir viviendo, o que vivir y escribir
consisten precisamente en recordar y olvidar
en su justa medida. Nadie se salva en su
inventario: ni Alexander Kluge, ni Max Frish,
ni Hermann Kasack, ni Hubert Fichte, ni
Peter de Mendelsshon, ni Arno Schmidt. Sólo
Hans Erich Nossack queda bien parado. A
pesar de su “marcada tendencia a la
exageración filosófica y a
la falsa trascendencia”, fue el único
escritor que intentó escribir sobre
lo que había visto “de la forma
más sencilla posible”.
¿Forma sencilla? ¿Qué
novedad es ésa? Para Sebald, un escritor
tiene el imperativo moral de escribir lo
que ocurrió, renunciando a cualquier
tipo de artificio, apelando a la “precisión
y a la responsabilidad”: “El
ideal de lo verdadero se encuentra, ante
la destrucción total, como el único
motivo legítimo para proseguir la
labor literaria”. Así es como
se vuelve “dudosa” la descripción
del bombardeo que se encuentra al final
de Momentos de la vida de un fauno de Arno
Schmidt (inexplicable: Sebald pasa por alto
otro bombardeo, el del comienzo de la novela
Leviatán). Sebald califica de “accionismo
verbal dinámico” la escenificación
de un ataque aéreo hecha por Schmidt.
Sebald no consigue “ver” más
que a un autor, “artista de la palabra
sin concesiones”, “diligente
y obstinado [...] en su trabajo de marquetería
lingüística”. Compara
a Schmidt con un aficionado a las manualidades
que ha encontrado un procedimiento y fabrica
así, una y otra vez, lo mismo, imperturbable.
Lo “abstracto y lo imaginario”
quedan descartados desde el vamos, sólo
vale lo “documental y concreto”.
Sebald encuentra en la descripción
experta de la destrucción de un cuerpo
calcinado hecha por Hubert Fichte una realidad
que el radicalismo lingüístico
de Schmidt no conoce. La imperturbabilidad
de su lenguaje artificioso es comparada
a la de los administradores del horror,
inescrupulosos, dedicados ciegamente a lo
suyo.Sebald no entendió, no supo
buscar. En Matadero cinco de Kurt Vonnegut
hubiera encontrado la respuesta que le hubiera
ahorrado pesquisas y frustraciones: “Después
de una matanza sólo queda gente muerta
que nada dice ni nada desea; todo queda
en silencio para siempre. Solamente los
pájaros cantan. ¿Y qué
dicen los pájaros? Todo lo que se
puede decir sobre una matanza; ¿algo
así como pío-pío-pí?”.
SOBRE LA HISTORIA
NATURAL DE LA DESTRUCCION
W.G. Sebald
Trad. de Miguel Sáenz
Anagrama
Barcelona, 2003
158 págs.
Reseña
publicada en el diario Pagina/12 Suplemento
Radar20 de junio de 2004