Elogio de Carlos Jáuregui

Por Fabricio Forastelli. BerlinSur.


Así no me voy a morir*
Carlos Jáuregui

Tuve, acaso, dos hermanos. Uno se fundió en el otro un día de junio de 1989. El SIDA ya formaba parte de su cuerpo, de todo él. 45 kilos de peso, convulsiones, una muerte segura. Lo recuerdo sentándose en la cama, la barba mal crecida, las palabras brotando, pastosas. ´No, voy a hacer algo, así no me voy a morir´. ´Así´, era una muerte individual, trascendente para unos pocos queridos. ´Así´ era una muerte que a él no le servía.
Ese día mi hermano fue mi amigo y mi compañero militante.
La Fundación Huésped fue el lugar elegido para expresar su ironía, sus certezas, sus amores. La vida comenzó, entonces, a ser otra cosa.
En estos años logró lo que se propuso. Sumó su vasca cabeza a una lucha ingrata en la Argentina sorda y neoconservadora: lujosos helicópteros que sobrevuelan las villas miseria de aguas contaminadas con cólera.
Así y todo, funcionarios y curas no pudieron con él. Muchos quisieron callarlo: su palabra era incómoda.
En setiembre pasado comenzó el cansancio. Pensaba en su muerte posible y en la vida de los que quedaban abriendo los ojos con HIV o SIDA.
A los 9 años su decisión fue tener un muñeco del Topo Gigio frente a la prohibición de mis padres que consideraron al juguete ´para nenas´. No sólo lo consiguió sino que, además, contradiciendo a todos le hacía vestidos, le lavaba la cabeza con shampoo y lo peinaba. Acaso la forma que eligió para morir tenga que ver con aquel muñeco del Topo Gigio.

* La carta apareció publicada en Página/12 el sábado 15 de enero de 1994.


Quizás uno de los textos literarios más importantes de la década del 90 en Argentina sea la carta breve, valiente y patética que Carlos Jáuregui escribe cuando su hermano Roberto muere de SIDA a comienzos de 1994. El mismo moriría de SIDA pocos años después. Yo lo conocí poco. Mi impresión es que al menos en esos años vivía en la intemperie. Creo que había nacido en La Plata, murió en la casa de sus amigos César Cigliutti y Marcelo Ferreira en Capital Federal. Había sido profesor de Historia pero desde hacía años la militancia ocupaba todo su tiempo. Estuvo en la organización de dos de las asociaciones de Gays, Lesbianas, Travestis, Transexuales y Bisexuales más importantes de Argentina, la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) en 1985 y Gays y Lesbianas por los Derechos Civiles (Gays DC) a comienzos de los 90. Escribió un libro sobre la historia del movimiento homosexual en Argentina en el momento en que el Ministro del Interior del alfonsinismo, Antonio Trócoli, decía: ´La homosexualidad es una enfermedad, de manera que nosotros vamos a tratarla como tal. Si la policía ha actuado, es porque la homosexualidad compromete las reglas de juego de esta sociedad´. Yo no sé qué habrá significado ser la personalidad gay con mayor perfil masivo en Argentina. Lo recuerdo en una visita a Córdoba en 1995, mientras caminábamos por la ciudad con Jorge Salessi y Gabriel Giorgi, y hasta la policía que mata travestis lo paró para decirle que lo admiraba y apoyaba. Articuló con inteligencia la política de las identidades de origen anglosajón a las veleidades del activismo criollo, que es agresivo y estratégico, pero también puede ser pavote. Definió el estado de las luchas por orientación sexual cuando dijo que ´los gays nacemos en territorio enemigo´. Compartió con los movimientos de derechos humanos como Madres de Plaza de Mayo la idea de una restitución absoluta e imposible (´que aparezcan con vida´) porque pensó que desde allí uno podía discutir con los poderes las condiciones de lucha de los sujetos que se iban a quedar afuera de las políticas de integración democrática.

¿Por qué es un texto literario y por qué importa? Carta y epitafio, momento público y urna privada, espacio de la placidez y pureza de las estadísticas y de la cama abyecta del hospital, escenario de duelo por el hermano y referencia a su propia muerte futura. Jáuregui pone en circulación la división y multiplicación de cuerpos que está en la base del SIDA: cuerpo sano y cuerpo enfermo se ´funden´ uno en el otro cuando la enfermedad los reunifica, transitoriamente, antes de la muerte que es destructora de cuerpos. Santiago Esteso la leyó adecuadamente como un documento de desafío; yo lo entiendo como un documento sobre el exceso y la desmesura, la mezcla de fluidos y la bastardía, alrededor de las que se construye la identidad gay post-SIDA. La carta narra las alternativas del `puto´, que si es el bastardo de la naturaleza humana la acción tiene lugar en su reivindicación pública, porque en privado y para el Estado, uno siempre es un ilegal que atenta contra sus privilegios.

Pero hay otra razón. A comienzos de los 1990 las metáforas del cuerpo, los gestos y las posturas ganan relevancia en el discurso académico y cultural. En el momento en que las últimas narraciones fundamentales de la civilización parecen caerse a pedazos se descubre que la cultura puede reducirse a una sintaxis corporal, en la que se simbolizan e inscriben todas operaciones de la economía política. Se sabe que esas nuevas visibilidades son símbolos, y que van a ser rápidamente absorbidas por el mercadito neoliberal que va a usar el fragmento para segmentar públicos y vender baratijas. Pero esas retóricas de la salvación por el cuerpo estaban desconectadas y fragmentadas por un gesto postmoderno que resultó tanto trivial como oportunista, porque no siempre pudo o no quiso ver que este retorno del cuerpo se inscribía en el pánico social a que venía asociado el SIDA. No quiso, salvo excepciones, hacerse cargo de los restos políticos que producía, particularmente porque mientras todos comíamos de esa retórica, el sándwich de la desolación, la pobreza y la discriminación era el material de la vida diaria, y no meramente un objeto de estudio. Al multiplicarlo y ligarlo al SIDA, Jáuregui devolvió al cuerpo su eficacia y su relación con los poderes de un Estado que no olvida a los enfermos, sino que los humilla para controlarlos mejor. Frente a eso no hay armonía ni consuelo. De hecho, cuando Jáuregui comentó la religiosidad de la fotografía de Oliverio Tascani para Benetton, que muestra a un joven muriendo en los brazos de su padre, no critica su valor estético, sino que sea improbable porque los enfermos de SIDA en general se mueren solos. La representación de la muerte como Pasión, se diría, no debe hacernos olvidar que la Iglesia hace de esa muerte un castigo merecido y una lección moral, y la integra después en su red de caridad para vender más estampitas.

Creo que Freud decía que uno se enferma adonde no lo tocaron de niño: se podría decir que uno se enferma de lo que se rechazó de uno, y que retorna no como represión (esta es la hipótesis de Susan Sontang sobre el cáncer) sino como repudio. Eso que ha sido repudiado genera tanto demanda de amor como agresión, compasión y provocación, espanto y ternura. El texto de Jáuregui, en una literatura de putos de cartulina como la Argentina, anticipa la literatura por venir y la vuelve innecesaria y urgente. Comparte rasgos con la literatura latinoamericana, como cuando Reinaldo Arenas antes de matarse dice ´Cuba será libre, yo ya lo soy´ o Severo Sarduy dice en Pájaros de la noche ´aprender a morir, reintegrarse en lo absoluto´. Jáurequi no está muerto: es un muerto que no quiere que lo tomen por muerto. Ya estaba muerto para el futuro cuando escribió, y era un huésped en el cuerpo de su hermano. Dos hermanos que son uno, que se habitan, en una palabra que no puede sino causar incomodidad. Incomodar, como incomoda un enfermo, y también desacomodar la palabra a través de la que se lo hace presente. No puedo imaginar un gesto más político.