A propósito
de Multitud.
Por Antonio de Cabo
“La
multitud es un emblema de ese deseo”
(Michael Hardt y Toni Negri, Multitud).
Tras Imperio, Multitud.
El reciente libro de Hardt y Negri se apoya
sobre una afirmación teórica
y una verificación empírica,
ambas discutibles y discutidas pero, sin
duda, en el centro mismo del debate emancipador.
La afirmación teórica
es, en sus términos más sencillos,
la siguiente: la función del Estado
en el modo de producción capitalista
es garantizar la condición de “mercancía”
a aquellos elementos necesarios para el
funcionamiento del mercado pero que, por
su propia naturaleza, no lo son. La forma
más básica de esta actividad
estatal es la conversión de la clase
trabajadora en “capital humano”.
La clase trabajadora no es una mercancía
por la sencilla razón de que está
compuesta de personas y no de cosas y no
es, por tanto, susceptible de “producción”
sino de auto–reproducción.
Por diferentes razones, tampoco es una mercancía
el dinero, hasta que el estado interviene
con su capacidad reguladora. Pues bien,
lo característico de la era de la
multitud sería el hecho de que no
sólo la clase trabajadora (o, por
mejor decir, la multitud) no es una mercancía,
sino que lo que “producen” tampoco
lo es. La “producción”
de la multitud es conocimiento y afecto,
ninguno de estos bienes es una mercancía
(no son acumulables, no son fungibles, no
se extinguen con el uso, etc.) salvo que
se produzca una intensa actividad del Imperio
que sostenga esta ficción.
La verificación empírica
es: la era de la multitud ha llegado. Aunque
las otras formas de trabajo (las que producen
auténticas mercancías) no
han desaparecido, el mercado mundial está
guiado por la producción colectiva
(multitudinaria) de conocimiento y afectos,
de interrelación humana.
Si ambas tesis son correctas,
el horizonte es a un tiempo esperanzador
y opresivo: un horizonte trágico.
Es esperanzador porque se están borrando
la barreras entre trabajo y vida, entre
producción e interrelación
humana, porque el carácter necesariamente
colectivo de la bioproducción nos
coloca en el umbral de una organización
social, igualmente colectiva, participativa
y democrática. Trágico porque
la única forma de lograr la mercantilización
de este tipo de “bienes” es
el control total y absoluto sobre las personas,
el biopoder, la conversión de los
rasgos característicamente humanos
en objetos de control.
Este horizonte trágico
estaría representado por el estado
global de guerra (el Imperio) y por la insurgencia
de la multitud. Su solución: la nueva
ciencia de la democracia.
Ambas afirmaciones han sido
intensamente contestadas tanto desde dentro
(A. Borón) como desde fuera de la
tradición marxista. Pero más
allá del resultado final de este
debate que es, obviamente, uno de los resultados
que el libro busca, cabría destacar
algunos aspectos importantes de carácter
más general.
Desde el punto de vista del
contenido, el libro se divide en tres partes.
La primera, dedicada a la guerra, y trata
de demostrar que el rasgo característico
de la dominación imperial es la extensión
de la guerra como mecanismo de control social.
El reflejo simétrico de la guerra
total, sería la figura del hombre–bomba.
Igualmente, se analizan las formas y la
evolución de las formas de insurgencia
desde los ejércitos nacionales de
libración a la guerrilla en red,
basada en la inteligencia enjambre.
La segunda parte estudia el
surgimiento de la Multitud como sujeto social
y algunas de sus características
(la monstruosidad, la irreductibilidad a
la unidad, etc.) a partir de las nuevas
formas de trabajo cooperativo en red, de
carácter lingüístico–afectivo.
En la tercera se apuntan los
éxitos y fracasos de la larga marcha
hacia la democracia y se insinúan
los rasgos de la democracia de la multitud.
Por otra parte, es curiosa
la insistencia del libro en proclamarse
una obra“filosófica”
(con las implicaciones que ello tiene desde
el punto de vista de la Undécima
Tesis). La propia edición americana
desmiente este carácter, rodeándolo
con una sobrecubierta en la que se lee “Join
the Multitude!”, como también
lo hace el texto en varios lugares (“Depende
de nosotros (...) llegar a convenceros de
que la democracia de la multitud no sólo
es necesaria sino posible”, etc.).
Quizá los autores haya querido precaverse
frente a una posible descalificación
de su trabajo con la acusación de
un estilo excesivamente “de campaña”.
La eficacia de esta precaución parece,
cuando menos, dudosa.
Por el contrario, una de
las principales virtudes de Multitud es
su carácter simultáneamente
optimista y aportador. Optimista al afirmar
las luchas y resistencias como motor de
la historia, al confiar en la viabilidad
inmediata de la transformación social,
en las posibilidades emancipadoras de la
globalización de la multitud. Aportador
porque, como ya sucedía –aunque
en menor medida– en Imperio, ha sabido
lanzar términos al debate que han
sido aceptados e incorporados por los movimientos
sociales que están debajo del trabajo
académico. Es decir, se ha cerrado
el círculo virtuoso de la colaboración
entre “intelectuales” y “activistas”:
estos últimos se apropian del trabajo
académico y lo devuelven a la realidad
convertido en acción.
Una de las razones por las
que Multitud consigue un mayor éxito
en esta tarea que Imperio tiene, probablemente,
que ver con cuestiones formales. En primer
lugar, la bibliografía. En Multitud
se produce la incorporación de la
bibliografía del sur, autores indios,
sudafricanos, brasileños, etc. dominan
las notas y referencias . Por ello mismo,
resulta menos “original” (en
el sentido de idiosincrásico) pero
mucho más exacto y enraizado en la
realidad. Con todo, puede que esta conversión
al “punto de vista del sur”
aún no sea completa. Es llamativa
la ausencia de la revolución venezolana
del amplio catálogo de insurgencias
de la multitud. Acaso un olvido, acaso todavía
una dificultad para encajar los insólitos
–y muy multitudinarios– perfiles
del sueño bolivariano. Igualmente,
en lo relativo a los conceptos de carnaval
y multitud (verdaderas piedras de toque
del pensamiento traductor y semiperiférico
que defiende Boaventura de Sousa Santos),
mientras el primero se toma en su vertiente
positiva, el segundo sigue recibiendo una
muy tradicional descalificación como
“hiperbólico y falsificador”.
En segundo lugar, es un libro
más norteamericano en el mejor sentido
de la palabra. En Imperio había todavía
ciertos resabios de “ciencia dura”,
de “complejidad germánica”,
Multitud emplea, en cambio, una visión
más sencilla –que no simplista–,
más directa, en la mejor tradición
norteamericana que encarnan desde Guthrie
hasta Chomski. El lenguaje es comprensible
y la composición de tipo “mosaico”.
Las diferentes piezas del análisis
van ocupando su lugar en un relato que se
vuelve persuasivo al ser contemplado en
su conjunto. Por otra parte, la inclusión
de ciertos excursus literarios muy conseguidos
(Dos italianos en la India, Dostoievski
lee la Biblia, etc.) añaden su capacidad
de seducción a las partes más
descriptivas. Resulta, por otro lado, destacable
que las referencias culturales, literarias,
etc. se refieran fundamentalmente a épocas
pretéritas y no se haya sabido rastrear
las nuevas manifestaciones culturales de
la multitud (al estilo de L. Díaz
G. Viana, El regreso de los lobos. La respuesta
de las culturas populares a la era de la
globalización (2003), con su lúcido
análisis del folclore posmoderno).
Más allá de
sus muchos aciertos y de los posibles errores,
Multitud es un síntoma de una cierta
recuperación intelectual y moral
de la izquierda transformadora y una verdadera
llamada a la reconstrucción del sujeto
emancipador. Por ello y contra lo que afirman
sus autores, Multitud puede ayudar no sólo
a interpretar el mundo, sino –esperemos–
a transformarlo.