Por
Verónica Marchiaro
El esperpento se llama The
Swan (El Cisne), y es emitido los domingos
por la noche en un canal privado de la televisión
alemana. El nombre remite al final feliz
del cuento “El Patito Feo”,
o al menos al supuesto final feliz del feo
patito que terminó convertido en
cisne.
The Swan es la vil promesa con la que se
aglutina a las concursantes: convertirlas
en hermosas doncellas, cirujías estéticas
mediante. Y es que para transformarse en
cisne hay que haber sido antes un pato gordo
y feo.
El patetismo del programa sólo es
superado por el cinismo de los productores,
la inconsistencia moral de su presentadora
(Verona Feldbusch, modelo con voz de caniche
histérico) y la ridiculez a la que
son catapultadas las participantes.
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Verona Feldbusch |
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En The Swan concursan- es
decir, compiten- unas 20 mujeres, las cuales
son aisladas durante tres meses en una casa
de campo que no tiene ni un solo espejo.
Ni uno. Durante ese lapso, todas son sometidas
sin excepción a la más tormentosa
gama de cirujías y tratamientos estéticos,
a pedido expreso de ellas, eso sí.
La tortuosa estadía es seguida de
cerca por un grupo de profesionales, entre
los que se cuenta una psicóloga,
un coach, un entrenador físico, y
el director de la clínica donde se
realizan las operaciones.
Todos ellos tienen como objetivo acompañarlas
en este decisivo e “irreversible”
proceso, darles valor, aliento, llevarlas
a correr tres horas por día –porque
¿quién dijo que la lipoaspiración
termina por si solita con toda la grasa?.
Estas mujeres llegan allí afirmando
de ellas mismas que son la cosa más
horrible, inmirable y detestable de este
mundo. Que las grasas de aquí y esa
nariz puntuda de allá. Que los dientes
torcidos. Que las tetas caídas de
tanto amamantar. Porque casi todas tienen
varios hijos, pero parece que no se lo bancan
o no se aguantan el precio de haberlos tenido.
Y entonces piden: quiero tetas, cola, lipoaspiración,
lifting, dientes, pelo y pies nuevos.
Todas van allí para que las dejen
lindas, o más o menos, y después,
de acuerdo a cuál salió menos
peor de la cirugía y cuál
demostró mayor evolución en
su proceso de cambio (ah, claro, porque
no van a ir a dejar nomás unas chichitas
en la camilla, además hay que hacer
un cambio espiritual!), se elige entre ellas
a una....ganadora!!!!. Desconocemos cuál
pueda ser el premio, no fue mencionado,
acaso ¿salir en la portada de la
revista Play Boy? ¿O tomar el té
con la reina de Inglaterra?
Como sea, el momento culminante de The Swan
llega cuando, después de tres meses
de encierro, las chicas –ya metamorfoseadas-
son enfrentandas a un enorme espejo. Allí
se suceden indescriptibles miradas de pánico,
desconcierto, lagrimitas de alegría
y frases elocuentes como: No me reconozco!
¿Hasta dónde puede llegar
la tilinguería? Es realmente lamentable
ver a las candidatas desfilar por el programa
envueltas en vendas como momias, llenas
de moretones en la cara, sin poderse sentar
porque los dolores aprietan.
¿Cuál es la felicidad ahí
que no vemos? Pero, más allá
de todo, la pregunta es: ¿por qué
de nuevo las mujeres? Porque sobre ellas
recae el peso de la ley, despiadada, comercial
y masculina: gorda equivale a fea, arrugada
a arruinada, chueca a hazmerreír,
y pelada equivale a nada. En The Swan, una
de las candidatas se compara incluso con
un chancho que pasa caminando frente a la
cámara.
No obstante, las candidatas son mujeres
casadas, o con pareja, es decir, que hay
hombres que las aman como son, o como eran,
y que ahora las miran por TV tomando cerveza
y comiendo maní mientras se dejan
crecer alegremente la panza.