Por Jorge Gómez Barata*
Que los militares latinoamericanos
sean convocados por los
Estados Unidos no es noticia, lo interesante es que
los
desobedezcan. Estaban advertidos: ha comenzado la
“Edad de la
Ira”.
La historia de la obediencia comenzó en 1823
cuando fue
expuesta la Doctrina Monroe que excluía a Europa
sin
reivindicar a Latinoamérica y reservaba para
Estados Unidos la
exclusividad hegemónica. Aquel exabrupto histórico
fue
resumido en lo que pudo ser un apotegma formidable:
“América
para los americanos”.
La subordinación alcanzó niveles abyectos
al comprometer a la
Junta Interamericana de Defensa con el intervencionismo
norteamericano, en la hostilidad contra Cuba, bendecir
a las
dictaduras militares, hacer a los ejércitos
centroamericanos
cómplices en la guerra sucia y más recientemente
acompañar a
los Estados Unidos en sus absurdas cruzadas en Afganistán
e
Irak.
Los anales de la desobediencia, se iniciaron con Fidel
Castro,
tuvieron destellos en la ejecutoría de movimientos
militares
nacionalistas en Panamá, Perú y Santo
Domingo, encabezados por
Torrijos, Velasco Alvarado y Caamaño, y ahora,
por diferentes
razones y con otros contenidos, emerge durante la
recién
celebrada VI Cumbre de Ministros de Defensa de las
Américas
efectuada en Quito.
El bando Monroe fue aplicado hasta el hartazgo y reforzado
con
la invención del Panamericanismo, plataforma
ideológica que
reforzó su hegemonía y que en 1890 condujo
a la creación de la
Unión Internacional de las Repúblicas
Americanas, en 1910 a la
Unión Panamericana y en 1948 en la OEA.
Desde entonces, la Doctrina Monroe estuvo vigente
en los
espacios latinoamericanos con la solvencia de las
cosas de la
providencia para, sumándose al sometimiento
económico y al
predominio político norteamericano, fundirse
con la doctrina
de seguridad internacional que emergió de la
II Guerra Mundial
a cuyo amparo, en 1942 fue creada la Junta Interamericana
de
Defensa y en 1947 se adoptó el Tratado de Río,
instrumentos
que redondearon el control norteamericano.
La Guerra Fría y la histeria anticomunista,
artificialmente
trasladadas al escenario latinoamericano, crearon
tensiones
que alimentaron la carrera de armamento y el militarismo.
El
Tratado de Río y la Junta Interamericana de
Defensa, más que
recursos de la seguridad internacional se convirtieron
en
ominosas herramientas para la represión interna,
en amparo
para el intervencionismo norteamericano y en excusa
para la
exacerbación de los diferendos entre los países
latinoamericanos.
Con ese lastre, como quien se entra en el salón
equivocado,
apareció Rumsfeld en la Reunión de Ministros
de Defensa de las
Américas, insistiendo en la necesidad de diseñar
una nueva
arquitectura para la seguridad hemisférica.
En esa cita,
actuando a la antigua, Estados Unidos libró
la convocatoria,
puso la agenda y fijó las prioridades; a la
OEA y a su Junta
Interamericana, les correspondió repartir las
invitaciones y a
Ecuador, acomodar las sillas.
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Lo que Rumsfeld llama
nueva arquitectura de seguridad para la
región es un plan que arrastraría
a los gobiernos
latinoamericanos al establecimiento de compromisos
con un
sistema de seguridad colectiva, que los involucrará
en las
aventuras militares de los Estados Unidos y que
conllevaría a
hacer por obligación lo que hoy hacen por
vocación o error
soldados latinoamericanos en Irak o Haití. |
No menos perversa es la idea de redefinir
los roles de los
ejércitos latinoamericanos para, de una parte,
convertirlos en
destacamentos de gendarmería dedicados a luchar
contra la
delincuencia, el narcotráfico o en formaciones
semejantes a
los Boys Scout, incapaces de asumir la defensa de
la soberanía
nacional en la única hipótesis de contencioso
probable que es,
precisamente con Estados Unidos.
Por primera vez, las vanguardias políticas
latinoamericanas
tienen la oportunidad de unirse a los militares avanzados
para
defenderlos del proyecto norteamericano de balcanización.
La
doctrina Rumsfeld para convertir la Junta Interamericana
de
Defensa en un órgano operativo, crear destacamentos
conjuntos,
fundar comisiones de Seguridad Hemisférica
y entidades civiles
como los denominados Centro de Estudios de Defensa,
es parte
de un proyecto recolonizador global que incluye a
las
instituciones militares.
El proceso para relanzar la concertación militar
de
Latinoamérica con los Estados Unidos, adaptándola
a los nuevos
tiempos, comenzó en 1995 durante la Primera
Reunión de
Ministros de Defensa de las Américas, alcanzó
grado de
concertación política con el Consenso
de Washington en 1989, y
devino orgasmo institucional masivo en 1994 cuando,
en la
Cumbre de las Américas de Miami, otra vez los
presidentes
aceptaron que se colocara un signo de igualdad entre
la
seguridad de los Estados Unidos y la de Latinoamérica.
La diferencia entre Miami y Quito es que el signo
de igualdad,
fue sustituido por el de la diferencia. Por primera
vez,
varios grandes países, precisamente aquellos
que cuentan con
más sólidas tradiciones militares, tomaron
distancia del
enfoque tradicional al dejar claro, que los enemigos
de los
Estados Unidos y los de América Latina no son
los mismos.
Esa precisión significa que si bien se acepta
la existencia de
problemas globales y de un compromiso general, no
existe un
enemigo común. No hay organización terrorista
internacional
que amenace a algún país latinoamericano,
para la región la
idea de un "conflicto de civilizaciones"
es exótica, nadie en
el área posee una sola arma de destrucción
masiva, ningún
credo religioso se mezcla con la política,
ni hay excesos
nacionalistas.
Muchos militares latinoamericanos están de
regreso. En el
pasado se les involucró en una supuesta lucha
contra el
comunismo, que no lograron visualizar porque los marxistas
nunca fueron alternativa de poder ni factor de conmoción
política, se les convirtió en represores
con la pervertida
idea de la seguridad nacional, que al presentar a
todo
opositor o critico del gobierno como enemigo de la
nación, los
enfrentó a la sociedad. Esta vez nadie se dejó
embutir: la
guerra contra el terrorismo, no es su guerra.
Brasil, Argentina y Venezuela, en temas puntuales
secundados
por otros países, abogaron el derecho de cada
país a
identificar sus prioridades en materia de seguridad
y defensa,
cooperar en la identificación de los aspectos
comunes,
ratificando el rol de las fuerzas armadas de cada
país, que es
la preservación de la soberanía nacional.
Nadie cayó en la trampa que representó
la propuesta de crear
una lista de grupos dedicados al terrorismo en América
Latina,
donde Estados Unidos aspiraba a incluir desde las
guerrillas
colombianas hasta los zapatistas, exonerando a la
CIA.
De todas maneras, no hay que hacerse demasiadas ilusiones,
Estados Unidos no tiene escrúpulos en jugar
sucio y
maniobrando al estilo del ALCA, puede avanzar en
concertaciones por separado con algunos gobiernos
para pasar
de contrabando sus planes.
Rumsfeld, es reaccionario, no idiota y sabe lo que
hace. Su
esfuerzo en Quito debe evaluarse colocándolo
en el contexto
más amplio de las políticas hegemónicas
norteamericanas,
aplicando a cada escenario el tratamiento que a su
juicio
corresponde.
Mientras en Europa se trata de reconstruir consensos,
en el
Medio Oriente y Asía Central hacer guerras
implacables, en
América Latina, es preciso maniobrar para frenar
el auge de
algunos procesos políticos, que si bien no
necesariamente
contradicen su estrategia, no están bajo su
control o le son
adversos.
De todas maneras quien se comprometa en concertaciones
vinculantes con Estados Unidos esta avisado de los
riesgos que
ello implica. Es preferible atender a Juárez
cuando en
respuesta a Monroe nos dejó el mejor legado:
"El respeto al
derecho ajeno es la paz".
Ese no es el credo norteamericano
Publicado en Altercom.Comunicación para la
libertad (Ecuador)
Quito, 30 de noviembre de 2004.
Reproducido por redvoltaire.net
*Jorge Gómez Barata
Profesor universitario, investigador y periodista
cubano, autor de numerosos estudios sobre EEUU.
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