Por:
Danilo Quijano
La caída o derrocamiento
del ex presidente ecuatoriano Lucio Gutiérrez,
nuevamente abre el debate sobre la democracia en Ecuador
y, por extensión, en la denominada 'región
andina'. Las reflexiones en su mayoría giran
en torno a la 'inestabilidad' del régimen democrático,
la falta de legitimidad de la clase política
y, por consiguiente, suelen concluir en la existencia
de una recurrente crisis de 'gobernabilidad'.
Tanto es así, que a propósito
del derrocamiento de Abdalá Bucaram y Jamil
Mahuad en Ecuador, Alberto Fujimori en Perú
y la radicalidad social en Bolivia, el diario chileno
El Mercurio hace tres años edita un reportaje
titulado 'El cáncer andino', cuyas metástasis
amenazan expandirse en Chile y el 'cono sur', y, hoy,
otros argumentan en la misma dirección a propósito
de toda la región.
Esa misma mayoría, sin embargo,
no toma en cuenta que el Estado-nación y la
República que surgen en las dos primeras décadas
del siglo XIX, y hasta hoy, se yerguen excluyentes
y en contra de los pueblos originarios ('indígenas'),
afro-americanos, asalariados ocupados o desocupados,
en buena cuenta en contra de los 'humillados y ofendidos'
de siempre.
Por lo mismo, también, aluden
y defiende la democracia como si ésta no tuviera
nada que ver con ese miso Estado-nación y República,
en cuyo contexto, precisamente, esa misma democracia
sólo se realiza como la igualación ante
el Estado y la Ley, de quienes hoy como ayer son desiguales
en el mercado, la sociedad civil y la representación
estatal.; dicho de otro modo, como la igualación
formal entre ricos pobres.
Es decir, el grueso de las reflexiones
no toma en cuenta que el Estado-nación y la
democracia y sus respectivas instituciones, inclusive
la subjetividad y el sentido común, en cada
caso asociados con aquellos, hoy están en crisis
de modo semejante a otros momentos del pasado republicano
de América Latina. Crisis que, por cierto,
actualmente compromete por igual a derechas e izquierdas
en la región, sus ideas y estrategias de poder,
en el contexto global de un capitalismo voraz e imperialista
como nunca antes visto.
Esa misma crisis, pasada y presente,
es la que explica en el caso chileno, hoy ejemplo
de 'estabilidad' y 'gobernabilidad' en la región,
la 'guerra civil' y derrota de los liberales y suicidio
del Presidente José M. Balmaceda (1891); el
'ruido de sables' y la renuncia del Presidente Arturo
Alessandri (1924); la efímera 'Republica Socialista'
de Marmaduque Grove (1932); la 'Ley de defensa de
la democracia' del Presidente Gabriel González
y la ilegalización del Partido Comunista (1948);
el derrocamiento del gobierno de la UP y, como digno
acto de resistencia y rechazo, el suicidio del Presidente
Salvador Allende (1973).
Pero la crisis del Estado-nación
y la democracia en América Latina revela que,
en ambos casos, en lo esencial son escenarios de conflictos
y disputas por la hegemonía en y de las distintas
correlaciones de poder que operan en el mercado, la
sociedad civil y el Estado. Y, en ese sentido, los
estados y las democracias latinoamericanos, sus crisis
en toda la región, es decir no sólo
'andina', hoy son los escenarios donde el regreso
del actor destaca con más nitidez, vale decir
los movimientos sociales.
Solo que esta vez los movimientos sociales
eligen gobiernos, los sostienen y hacen caer cuando
no cumplen sus promesas electorales. Esto mismo explica,
en gran medida, la permanencia del gobierno de Hugo
Chávez en Venezuela, la caída de Lucio
Gutiérrez y Fernando de la Rúa en Ecuador
y Argentina, respectivamente, y el triunfo electoral
de Ignacio Lula en Brasil y Tabaré Vásquez
Uruguay.
Inclusive surgen nuevos actores como
el zapatismo en México, que a diferencia del
movimiento 'indígena' ecuatoriano, no confunden
su propio poder con el poder del Estado y, menos aún,
con el estado del poder en América Latina.
Y es tal vez por eso mismo, a diferencia de lo que
acontece con los actores que suelen reaparecer cada
cierto tiempo en la escena política peruana,
los zapatistas no se desesperan por 'tomar el cielo
por asalto', ni por transitar senderos electorales.
Los zapatistas sólo hacen camino al andar.
Sin embargo, no hay que perder de vista
la ingerencia del Departamento de Estado de los EEUU
y la OEA en la región, sobre todo cómo
la OEA está negociando el reconocimiento del
actual Presidente ecuatoriano Alfredo Palacio, porque
todo indica que será en los mismos términos
que negocia en Perú la continuidad de la dictadura
cívico-militar fujimorista (1992) y su posterior
salida (2000); es decir, en correspondencia con la
geopolítica norteamericana y los intereses
del capital transnacional en la región.
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