Por Fabricio Forastelli.*
Especial para BerlinSur
Recientemente fui a una entrevista de
trabajo a la Universidad de Kent en Canterbury, Inglaterra,
donde me pidieron que hable de mi investigación actual.
Dije que se llamaba Lo pobre lindo, y que estudiaba
cómo después del default de la deuda
externa del 2001 se había producido en la Argentina
una suerte de revitalización cultural, en la que
las coordenadas del valor artístico y cultural han
cambiado radicalmente. La producción de valor es
importante porque es uno de los modos de mantener el tejido
social articulado a través ficciones e imágenes.
Por medio de ellas damos sentido a nuestra vida social,
y a la vez nos confrontamos con la imposibilidad creciente
de encontrar fundamentos últimos para las mismas.
Coloqué como ejemplo el trabajo de
Eloisa Cartonera,
nueva narrativa sudaca border, un proyecto de autogestión
colectiva de los recolectores de cartón en las calles
de Buenos Aires (www.eloisacartonera.com.ar).
En colaboración con escritores como Washington Cucurto,
los cartoneros han creado una editorial que publica obras
de autores reconocidos, y no tanto. Los libros están
hechos de materiales reciclados que los recolectores sacan
de los tachos de basura, en particular cajas de cartón
con los que hacen las tapas de los libros. Los escritores
donan sus derechos de autor, y uno los puede comprar por
dinero o intercambiar por alguna otra cosa o algún
servicio. Forma parte de las redes de solidaridad y sobrevivencia
popular que aparecieron después del colapso.
Desde el comienzo se generó un poco
de tensión en el salón. En el primer mundo
la revitalización cultural está asociada al
nuevo rol de la industria cultural como motor
de la economía de servicios, y depende estratégicamente
de la inversión y subsidios públicos y privados.
Por eso es que los conflictos entre Estados Unidos y la
Comunidad Económica Europea en estos momentos son
tanto de carácter económico como de hegemonía
cultural.
En el momento en que la actividad económica
de producción se ha trasladado al tercer mundo, la
cuestión es qué modelo de gerenciamiento van
a comprar los países pobres. En el tercer mundo,
sin embargo, importantes aspectos de esa revitalización
cultural desafían el tipo de determinación
entre economía y cultura que predomina en los ministerios
de cultura (perdón, quise decir de economía)
europeos, a los que uno les podría recordar que cuando
Marx dijo que la riqueza se nos presenta ahora como una
acumulación de mercancías, estaba ironizando.
En efecto, tal como había planteado los estudios
de la dependencia, lo que fascina en los países subdesarrollados
es la opacidad creciente de las relaciones entre economía
y sociedad.
Yo decía en esa oportunidad en Canterbury
que Eloisa Cartonera nos habla
de dos cosas. Por un lado, ilustra los procesos por los
cuales las crisis económicas se institucionalizan
como reclamos de orden y seguridad. Transformar la crisis
económica en una crisis del orden social fue clave
para los gobiernos recientes cuando tuvieron que lidiar
con la desobediencia civil que viene adherida a altos niveles
de desempleo y subocupación, y a un 50 por ciento
de la población viviendo bajo la línea de
la pobreza. Esto, por cierto, no es específico del
tercer mundo, y se puede ver cómo la crisis de empleo
en Alemania es difuminada como problema inmigratorio, el
creciente autoritarismo en el Reino Unido se asimila a una
reforma electoral, o cómo el ataque del 11 de Septiembre
en Estados Unidos se presenta como catástrofe civilizatoria.
El segundo aspecto para mí es mucho
más fascinante. Yo creo que lo que vemos en Eloisa
Cartonera (autogestión, colectivización de
la propiedad intelectual, modo de circulación, origen
y tipo de los materiales, etc.) es que la revitalización
cultural en Argentina está basada en el colapso de
una concepción que ponía la belleza como momento
definitorio del valor artístico en el modernismo,
y que llamé lo pobre lindo.
Los efectos de la inmigración masiva, la industrialización,
secularización y masificación sociales y,
al mismo tiempo, el enigma del subdesarrollo, la corrupción,
la desigualdad y el exterminio preocuparon tanto a izquierdistas
como a liberales y conservadores.
Lo pobre lindo parece darnos una explicación
multifocal sobre por qué la acumulación de
mercancías condujo a una catástrofe, y supuso
que no había belleza sin algún grado de relación
con la pobreza que no pasaba por el desagrado. Y pensar
la pobreza se volvió crecientemente traumático,
porque implica meterse con lo que hay de insoportable en
ella. Esa complicación del valor belleza llevó
a la formación social a un grado de conflictividad
enorme, porque ya no pudo ser articulado simplemente como
exceso sublime.
Lo sublime, que tanto en Alemania como en
Argentina designa lo insoportable, es la huella de que la
belleza era posible sólo en tanto que exceso, sólo
en tanto que se renuncia a representar completamente el
horror de la pobreza creciente y el colapso moral y social
que la acompaña. Lo que resulta tan interesante de
las películas, literatura, proyectos documentales
y artefactos digamos de los últimos 10 años
para aquí, es que exploran el colapso de una actitud
frente a la pobreza que se ha vuelto insostenible, y en
la que todo embellecimiento resulta inadmisible tanto ética
como estéticamente. Por supuesto el proyecto de lo
pobre lindo es predominante en la era de lo popular masivo,
y no va a desaparecer mientras exista alguna clase que esté
por encima de la necesidad y tenga que filtrar las imágenes
del horror diario.
Ahora bien, yo dije en la entrevista que en
realidad el caos como momento económico y social
se caracteriza precisamente por una redefinición
de las relaciones entre belleza y pobreza, y coloqué
como ejemplo la renovación cultural, de diseño
e ideas que siguió al colapso de Alemania en la primera
postguerra mundial: digamos la articulacion entre hiperinflación,
Republica del Weimar, Bauhaus
y Nazismo.
El director de investigacion del departamento,
un germanista de pocas pulgas pero teniendo sólo
eso en su cabeza, y con la gentileza de quien sabe que no
tiene nada que perder esbozó una sonrisa complaciente
e incrédula, y terminada mi presentación hizo
la pregunta: -‘¿Qué
tienen en común la Bauhaus con esos pedacitos de
cartón?’
-Nada, respondí,
sino que en la Bauhaus todavía
se podía pensar que un vínculo entre la pobreza
no excluía la belleza. Porque en efecto ¿qué
pueden tener en común los diseños hipersofisticados
de la Bauhaus que revolucionan la percepción del
espacio y los libritos con tapas de cartón que dice
aceite Cocinero de los cartoneros?
Pero, pensé también, que la Bauhaus se identifica
para mí con la destrucción del rococó
vienés, en el que el horror asesino colonial se sublima
en el dorado cegador de las molduras. Uno en realidad puede
imaginarse a los burgueses arrancando el laminado de oro
de las molduras para venderlo en el mercado negro y comprar
manteca. Porque la verdadera pregunta de Herr Profesor fue
‘¿Cómo te atrevés a compararlos?
¿Cómo te atreves a poner juntos esos pedacitos
de cartón roñosos, esas mugres sin sentido,
sin estética, sin trabajo, pintados con los dedos
con tempera por desastrados sucios rotosos, con la elevación
y felicidad abstracta de Bauhaus?
¿Qué había pasado? ¿Era
cierto, como indicó otra miembro del tribunal, que
lo pobre lindo en realidad era una idea complicada
sobre unos materiales simples? ¿Era cierto que sólo
es la expresión de la culpa de los intelectuales
burgueses que, como Borges, tienen que atribuir alguna belleza
y felicidad a la pobreza para no sentir que están
muertos? ¿Se trata de una disputa sobre la producción
de valor estético, entre dos expertos en estudios
europeos y un latinoamericanista? Cualquiera que piense
eso caería en un error, ya que lo que se discutía
eran distintas concepciones de la pobreza y de lo provinciano:
la que la piensa como valor, y la que la piensa como gestión.
Lo que sucedió esa tarde fue una escena
de producción de valor, y no un intercambio de ideas.
Efectivamente, pareciendo objetar mi concepción estética
en realidad decían por qué no me podían
incluir en la institución. En Inglaterra el valor
se vive como un problema de gestión de la cultura
académica, la que en todo caso reclama tener algún
tipo de acceso privilegiado a la política o a la
industria cultural. O mejor dicho, la universidad ha percibido
que su negocio es precisamente administrar valor.
José Martí decía que
lo extraño que viene de afuera sólo molesta
al provinciano si lo afecta en sus negocios, no sus valores.
En la entrevista no sólo quedó de manifiesto
el tipo de negocios al que se aspira. La preocupación
de Herr Profesor no era el desacuerdo sobre una construcción
del valor estético, ya que el canon artístico
está agujereado por la indeterminación creada
por el multiculturalismo. Su preocupación era hasta
qué punto esa idea era compatible con un tipo de
gestión que sólo se siente atacada cuando
piensa que le arruinan algún negocio (en esa oportunidad
se trataba de qué milagro va a hacer que ese departamento
saque una categoría de investigación que está
fuera de su alcance). Para su espanto, yo creo que percibió,
si incrédulamente, que Eloisa Cartonera
no se caracteriza por unos trazos formales que, como en
el caso de la Bauhass, fue lo que compraron los
ricos cuando se cansaron del kitsch bávaro.
Ah, por supuesto, no me dieron el trabajo.
*Fabricio Forastelli es profesor e
investigador en teoría cultural y literatura latinoamericana
en el Reino Unido.
|