Teoría cultural

Lo pobre lindo.
El precio de la seguridad.



 
 

Por Fabricio Forastelli.*
Especial para BerlinSur

Imaginen que van a su médico en el sistema de salud público en Inglaterra y entre me duele aquí, me arde allá y me pica por el otro lado se les ocurre decir que quisieran hacerse un análisis de HIV. El médico que está sentado enfrente de su computadora, en la que están los datos personales y confidenciales de sus pacientes, hace el ademán de apagarla, pero se detiene porque se da cuenta de que ésta el menos todavía no oye ni repite.

Y entonces les dice que no ha oído nada y que no va a incluir el pedido en sus récords y, después de preguntar si hay razones concretas para estar preocupados, los envía a otro servicio público con la consigna de decir que NO cuando les pregunten si quieren que su médico personal reciba una copia de los resultados del análisis. Entonces, el médico dice que todo esto tiene que ver con que esa información no llegue a las compañías de Seguros. El siguiente tema, como es natural en invierno por estos lados, es lo miserable que está el tiempo.

Uno inmediatamente se pregunta por qué el médico tiene que cuidarnos la salud y el historial de crédito, y cómo es posible que la salud se haya convertido en un bien comercial de este tipo en los sistemas de salud estatal europeos. Por supuesto uno no esperaría otra cosa en Estados Unidos, donde el principio del sistema parece pensar que produce el mismo estrés comprar un nuevo vestido que estar enfermo mientras millones viven sin seguro médico en un lugar donde la salud es carísima –además de producir una distorsión monstruosa de la sociabilidad donde el precio de la salud es un tema de conversación asiduo y aceptable.

Inútil preguntarse por qué un sistema social democrático puede permitir que una parte de la población esté sin un derecho básico, además caro, y además no haga una revolución, siquiera à la latinoamericana, es decir, con muchos petardos, conga y barbudos. Los que se identifican con los poderosos creen que este tipo de estratificación de las emociones y la ansiedad que se genera por problemas de salud en realidad tiene que ver con el control y la protección que la gente necesita, y no encuentran incompatible que cuando uno esté enfermo también esté vigilado. Después de todo, la criminalidad se esconde en todos lados. Cuando se trata de los pobres, entonces, la pregunta no es por qué no tienen servicios médicos, sino simplemente si en su opinión los necesitan.

Mi amigo Luca piensa que esta escena sobre control y salud debe entenderse como parte del proceso burocrático que asegura el funcionamiento de lo social como si fuera una máquina impersonal. Así el sistema confirmaría los cálculos conservadores que sostienen que es preciso administrar lo inhumano y lo irracional de la vida, cuando en realidad son un efecto de la cultura y no de la naturaleza. Por supuesto, la aparición del médico como cuidador monstruoso está relacionado con una contradicción en las mismas condiciones de práctica de la salud ya que uno puede preguntarse si es posible masificar el servicio sin que se vuelva inhumano. De este modo, no estaríamos frente a un mero caso de invasión de lo privado por lo público, sino a una intensificación de la conflictividad de la relación entre el capitalismo del mercado libre y los derechos a la intimidad.

En este contexto lo que pertenece a todos y es pagado por todos (el National Health Service en Inglaterra, por ejemplo) es utilizado para producir ganancias privadas a las compañías aseguradoras, y a la vez para establecer lo que la gente necesita, redefiniendo las áreas de decisión y acción pública que lo mismo producen conflicto que lo reestabilizan continuamente en reclamos de orden.

De modo interesante, mientras uno se pregunta por qué los pobres no tienen seguridad médica y si la necesitan, a nadie en la clase media se le ocurre alienar ese derecho que viene con la cuna. Por eso para mi amigo esto es un horror burocrático en el sentido que tiene en el alto modernismo estético (para ponerlo fácil, en Kafka) ya que eventualmente la necesidad tiene un momento estético extremadamente patético e inmovilizante en el que todo el mundo sabe lo que necesita, menos uno mismo.
Ahora bien, en realidad este diagnóstico es correcto sólo en la medida en que nos indica cómo se estabilizan los reclamos de orden –en este caso asistimos al momento en que la estabilización del sistema de salud en Inglaterra pasa de NHS (National Health Service) a ICCL (I Could´nt Care Less, No Podría Importarme Menos).

Aunque reconozcamos que los reclamos del orden están estabilizados, y de este modo parecen definir el horizonte en el que los sentidos y prácticas se convierten en experiencia, la pregunta es ¿qué sucede cuando los valores que ese ordenamiento representa están en conflicto entre sí?

Volvamos un poco sobre la historia de mi amigo para leerla en dos dimensiones: como security y como safety. En efecto, la safety (en el sentido de social security o welfare o seguridad social o beneficios sociales) corresponde al momento de los derechos sociales y humanos universales instituidos por el orden, derecho a la salud, la educación, acceso universal a servicios, etc, es decir a aquello que es valioso en tanto propone una solución a una ansiedad o necesidad social, y precisamente permite suspender la cuestión de quién decide qué necesita quién. La security se define como protección, guardia y custodia, como control que autoriza a formas de vigilancia e intervención para prevenir algún peligro o amenaza a ese mismo orden.

El momento de conflicto hoy resulta precisamente de ese nuevo ordenamiento, en el que la security y la safety son inconmensurables. La regularización de los reclamos de orden en realidad no define la pacificación social, sino un estado de conflicto permanente a través del cual uno puede explicar esa incompatibilidad entre el bienestar como derecho social y la seguridad como condición para la regulación económica de esos derechos en una dirección liberal. En efecto, frente a la estabilización del orden, adquiere importancia el modo en que ese conflicto en su interior afecta la toma de decisiones de los sujetos.

Mi amiga Nancy me dijo que cuando le sucedió algo similar le dijo al médico: ´Soy una persona adulta, y no me importa qué hagan las compañías aseguradoras con esa información. Haga su trabajo y saque sangre de una buena vez´. Por mi parte, mientras me emocioné ante su valentía, pensé que lo que el doctor hacía era una tarea facilitadora, ya que nos advierte cómo funciona el sistema; frente a ello es preciso agradecer y no dejar más datos a disposición de las Aseguradoras. Mi tesis es paranoica, por supuesto, pero también desobediente porque en todo caso apunta a ver que la relación entre custodia y bienestar precisa ser revisada en el liberalismo tardío europeo, no por anti-norteamericano menos liberal y menos bruto.

Nuevamente, mientras podría ser cierto que la responsabilidad individual sobre la propia salud aumenta cuando uno tiene que pagar por ella en vez de delegarla en la supuesta gratuidad del sistema, hacer de la salud un asunto de Libertad en este contexto no es sólo inapropiado, sino además cruel.
El cruce entre custodia y bienestar, entre derecho a la intimidad y a la salud, y la seguridad requerida por el sector privado para producir ganancias se hace visible precisamente en ese gesto del médico de apagar la computadora, ya que en ese ademán mantiene los derechos del sujeto mientras gambetea al mercado.

No seamos ingenuos, el punto crítico aquí no radica en un sistema de beneficios sociales a punto de colapsar, dice el doctor, sino en que se puede sacar beneficios aún de ese colapso. ¿Pero no es horrible que a uno le pase eso, no es horrible que uno vaya al médico para encontrar precisamente el aparatito de la represión sonando como una bomba? Es cierto, uno va al médico hoy a hablar de sus problemas de salud, y ya que andamos a hacer una declaración de rentas físicas y morales.
Pensemos, sin embargo, que el control del bienestar no es nuevo, y que uno lo puede ver del modo más claro como fundamento de las políticas de recortes de derechos sociales, nomás en Alemania, en Inglaterra o en Francia.

En el caso de Argentina, que en esto como en otros aspectos ha hecho siempre de su historia un mal ejemplo, recordemos que Bienestar y Seguridad se cruzaban en la figura del ministro José ´El Brujo´ López Rega (1), que usó el aparato del Welfare State creado por el peronismo no sólo para volverlo contra sus sujetos en la represión, sino y además para comenzar su desmantelamiento.
Claro que entonces no existía el SIDA, y la información no iba a parar a las Aseguradoras, sino a los comandos paramilitares que la producían a través de la tortura. No desesperemos, sin embargo, mis queridos lectores. Si quieren hacerse un análisis de HIV en Europa, siempre pueden buscarse un Brujo.

(1) N.del E: José López Rega fue ministro de Bienestar y Comisionado de Policía durante la presidencia de Juan Domingo Perón en 1973. Tras la muerte del líder peronista y al asumir Isabel Martínez de Perón la presidencia, López Rega se encargó de la coordinación de todas las Secretarías de Estado y fundó la tristemente célebre Tripe A, Alianza Anticomunista Argentina, uno de los primeros escuadrones de la muerte que se formó en ese país en los años 70.

 

*Fabricio Forastelli es profesor e investigador en teoría cultural y literatura latinoamericana en el Reino Unido.


 
 
 
 
 
     

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