Por Fabricio Forastelli.*
Especial para BerlinSur
.
Recientemente el periodico
inglés The Guardian, con esa falta de humor que lo
caracteriza, publicaba la siguiente lista de actividades
usualmente practicadas en las cárceles administradas
por la coalición en Irak. Los prisioneros, dice,
son “encapuchados, amenazados con violación
y tortura, les apoyan pistolas en sus cabezas, son obligados
a desnudarse, obligados a comer cerdo y beber alcohol, golpeados
hasta que sangran –a veces con objetos, incluyendo
una escoba y una silla–, colgados de puertas con las
manos atadas, engañados con que van a ser electrocutados,
sumergidos en inodoros, forzados a simular que se masturban,
a yacer desnudos en una pila de gente y ser fotografiados,
orinados, amenazados y, en un caso, severamente mordidos
por perros, sodomizados con una chemical light, cabalgados
como caballos, obligados a usar ropa interior de mujer,
violados, privados de sueño, expuestos al sol del
mediodía, puestos en posiciones estresantes y hechos
yacer desnudos en celdas vacías de concreto y en
oscuridad, por días.”
Esta descripción por supuesto escandaliza a las buenas
conciencias del Primer Mundo; después de todo no
olvidemos que la moral protestante se construye tanto alrededor
de un modo de leer la Biblia como del rechazo a los excesos
del Tribunal de la Santa Inquisición católica.
En el resto del mundo no produce mucha sorpresas, porque
el cinismo impregna la cultura con la sabiduría de
un perro golpeado que sabe desde la mañana la patada
que se va a ligar por la tarde.
En realidad yo creo que cuando uno empieza
a debatir en estos términos no quiere solucionar
el problema sino burocratizarlo. Más interesante
me parece pensar la tortura a la luz del ataque a las libertades
civiles y en el contexto de problemas de eufemismo y malentendido
lingüísticos y de reproducción visual.
Por un lado, entonces, el creciente uso de eufemismos a
partir de las guerras mediáticas de los 1990s: si
uno le cree a Bill Clinton una fellatio ya no constituye
sexo; cuando en un conflicto mueren civiles estamos ante
“daño colateral”; lo que antes se llamaba
guerra ahora son “acciones preventivas”; lo
que antes era pura y jodida moral protestante ahora se llama
“conservadurismo compasivo”.
Me dicen que lo que se hace usualmente en
los lugares familiarizados con conflicto es traducir al
revés y cada vez que uno escucha la expresión
“acción preventiva” ya está debajo
de la cama esperando que caigan las bombas. En parte es
probable que esa purificación lingüística
tenga que ver con una opinión pública conservadora
que mientras no tiene problema en recoger las ganancias
anuales de sus acciones, odia pensar que tengan que ver
con el bombardeo de tal o cual ciudad, o con la muerte de
tanta gente. Por otro lado la situación de tortura
ha venido acompañada de un interés creciente
por documentarla, digamos, “desde adentro”.
Es decir, no como parte del mecanismo periodístico
de denuncia, sino de la diversión íntima de
los guardianes. Pensemos en los escándalos de la
cárcel de Abu Ghraib o de camp Breadbasket, donde
jóvenes oficiales se montan un estudio de fotos porni
para divertirse un poco. Estos soldados parecen conocer
todo el manual descrito por The Guardian, pero además
sacan fotitos medio chanchas para mostrárselas a
su mamá. La prensa las censuró mandándolas
undeground en la internet.
Ahora bien, ¿por qué sacar
fotos del momento en que se tortura? Los nazis, por ejemplo,
también tenían esta obsesión de documentar
fotográficamente su faena, como si pensaran que las
cosas sólo pasaban si quedaban plasmadas en una imagen
que los incriminaba. Y ciertamente hay toda una tradición
de fotografía de guerra y de guerrilla que ayuda
a entender la obsesión de estos jóvenes militares
por la fotografía del cuerpo desnudo y torturado,
en poses sexuales provocativas o de dominio, usualmente
cuerpo blanco sobre cuerpo oscuro.
La fotografía hoy aparece como arte
de guerra que testimonia el momento en que el agresor que
además se presenta como salvador abusa a la víctima
que es mala –después de todo Abu Ghraib es
una cárcel, y la gente torturada en Breadbasket eran
vándalos “epidémicos y psicóticos”.
La fotografía, entonces, anuncia el hecho conocido
de que nuestra identidad se está conformado ahora
en función de la trivialización de la vigilancia
y el control. Olvídense de ese momento de expansión
de las libertades y de las identidades de género,
de raza, de sexualidades que definieron las políticas
de la identidad de los 80: lo que unifica hoy la identidad
es la posición respecto de cada uno de esos cruces
violentos en un mapa crecientemente precario de la seguridad,
para quién se ha convertido uno en amenaza y qué
tipo de Terror se le es asignado.
El imperio de cárceles de la Compañía
C.A.L.L.A.T.E. que administra el mundo está firmemente
construido en esta obsesión por la imagen, en su
carácter redentor, invasor, alienante y persecutorio.
Porque esas fotos no parecen hechas meramente para la humillación
del mundo árabe -aunque quién sabe- sino para
el consumo familiar en una tarde de domingo invernal en
una casita de los suburbios de la muy catedralicia ciudad
de Litchfield.
¿Cómo entender esta obsesión
doméstica de fotografiar la tortura del enemigo?
Bueno, hay muchas razones. Las nuevas leyes antiterroristas
en Europa y en Estados Unidos sancionan, a través
de una burocratización de la violencia de Estado,
una situación donde la seguridad predomina por sobre
los derechos humanos individuales.
Estados Unidos ha introducido fotografía
y huella dactilar para los extranjeros que entren en su
territorio (espero que los ciudadanos sepan que siguen ellos,
como bien mostró el caso argentino que inventó
la dactiloscopía para identificar criminales y la
expandió a toda la ciudadanía). En el Reino
Unido se quiere introducir el documento de identidad. Si
hace 9 años los carteles en las calles de Francia
le pedían a uno que se deje registrar ni quiero pensar
lo que dicen ahora. La nueva ley en Inglaterra incluye detenciones
arbitrarias, reclusión por tiempo indefinido y fuera
del marco judicial, registro de la correspondencia privada,
careos y uso de técnicas de confesión no ortodoxas,
falta de acceso a la acusación y la evidencia en
contra de uno, extradición, y un marco jurídico
todavía en discusión en términos de
qué constituye tortura y qué no. Esto lleva
a las cosas a un extremo de absurdo pero que es sólo
aparente.
Las nuevas regulaciones establecen en qué
condiciones se van a aplicar leyes que van contra los derechos
constitucionales y humanos. Uno se pregunta por qué
esta gente se siente superior o se puede pensar como una
democracia todavía. En realidad el absurdo radica
en que mientras en Argentina de los militares uno era desaparecido
en lugares secretos, sin derechos a la justicia, torturado
y extraditado, al menos se podía decir que lo que
los militares hacían era ilegal, y eso permitía
que uno saliera corriendo en la dirección opuesta
cuando veía uno.
En Inglaterra y en Estados Unidos se está
legalizando un sistema de justicia militar paralelo que
no es sólo preocupante en sí mismo, sino que
como se caracteriza por ser una conspiración que
está a la vista sirve para ejemplificar y consiste
en la persecución generalizada de todos. El espanto
hoy de vivir aquí es que se está en un sistema
donde en el máximo de civilización se está
de nuevo en la intemperie y bien vigilado para que uno se
quede allí. Por eso es que nadie se asombra de que
estos jóvenes militares saquen fotos de actividades
ilegales y después las lleven a revelar a la tiendita
de la esquina sin pensar que han hecho algo malo o ilegal.
Esa sensación de impunidad está inscripta
en las fotos, precisamente en el lugar donde esta gente
parece presentar como algo lúdico lo que es tortura,
como una broma lo que es una violación, como algo
trivial lo que es extremadamente grave y serio. Si un gobierno
puede mentirse a sí mismo de este modo respecto de
la naturaleza, si puede creerse democracia cuando no parece
haber ido más lejos de alguna versión del
populismo autoritario ¿qué no puede hacer
un individual en una cadena de mandos, cuando ha sometido
su voluntad y su libertad a la institucionalización
del miedo? Para alguien que nació en el país
de la Obediencia Debida, la lucha es clara.
*Fabricio Forastelli es profesor e investigador en teoría
cultural y literatura latinoamericana en el Reino Unido.
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