Por
Lic. Adela Woizinski *
Muchas son las personas con endeudamientos
que llegan hoy a nuestra consulta. Suelen llegar en un momento
de quiebre. En que una nueva pérdida marca para ellos
el límite de lo soportable y vienen a pedir ayuda.
Hay personas que han perdido su negocio, su
vivienda, sus ahorros, como fruto de los avatares políticos
e históricos que todos conocemos. E intentamos trabajar,
los paicoanalistas, con los diferentes recursos psíquicos
de que disponen los pacientes para enfrentar estas situaciones
traumáticas, que los obligan, en tantos casos, a
recomenzar un proyecto vital en una etapa de la vida en
que no están prepardos para enfrentarla.
Pero no es a este tipo de pacientes –
predominantemente neuróticos – a los que deseo
referirme en estas líneas. Me quiero referir a otro
tipo de pacientes, a quienes en el peor de los casos, la
realidad social actual les hace aún más difícil
la situación, y en quienes el pasar de una pérdida
a otra, al mismo tiempo que van aumenando sus deudas, vuelve
la situación insostenible. Me refiero específicamente
a casos en que las pérdidas económicas y los
sucesivos endeudamientos forman una especie de espiral que
culmina, generalmente, en arruinar el futuro, arrastrando
proyectos e incluso familias enteras en su derrotero.
Adictos al juego y gastadores compulsivos entran también
dentro de esta línea.
Intentaré abordar algunos aspectos
de la compleja problemática de estos pacientes, a
partir de un caso clínico. Se trata de María
Isabel, una mujer de 45 años, oriunda de Mendoza.
Está casada con Sergio y tienen dos hijos varones,
de 22 y 24 años respectivamente.
El tratamiento está en sus inicios y ha debido ser
interrumpido transitoriamente por un viaje de la paciente
a su ciudad natal.
En la primera entrevista, me encontré
con una mujer atractiva de rasgos armoniosos, que contrastaban
con su mirada furiosa, iracunda.
Muy alta y delgada, con un cierto aire de mujer de mundo
que también contrastaba con su tono de voz: ronca
y pastosa.
Comentó que era hija única y que cuando falleció
una tía materna, su prima, pocos años mayor
que ella, vino a vivir con la familia, con lo que ya a los
seis años dejó de sentirse como hija única.
Manifestaba una notoria hotilidad hacia su
madre. Su padre, que las había dejado cuando María
Isabel era aún una niña, siguiendo los pasos
de una mujer se fue del país y se radicó en
USA, donde formó una nueva familia. Vivió
allá como un bohemio, se volvió alcohólico
y jugador y falleció en la miseria varios años
después.
Detrás del padre, camino a USA, también
se fue su tía, una hermana bastantemayor del padre,
adicta a la cocaína, que había vivido en una
casa lindera a la de María, y que la niña
había querido “más que a nadie en el
mundo”.
Su adolescencia la recordaba signada por las
pérdidas afectivas y el mal caracter de su madre
quien, según el relato de María – era
autoritaria y violenta, más ocupada en sus propios
placeres que en los sentimientos y frustraciones de su hija.
María se casó a los 20 años.
Había comenzado su matrimonio con una muy buena situación
económica, en la ciudad de San Rafael. Por varios
años su vida transcurría apacible hasta que,
de pronto, sin que ella hubiera enido ninguna señal
anticipatoria, el marido fue despedido de la empresa y se
enteró simultáneamente que a éste se
le conocían varios amoríos.
De allí en adelante, los hechos se
fueron precipitando. Se mudaron a Bs. As. Y cada nuevo proyecto
que intentó Sergio, comenzba auspiciosamente y terminaba,
indefectiblemente, en una quiebra de la empresa o en un
despido. Así se iba minando la situación económica
de la failia que, en su caída, arrastraba herencias
y ahorros – propios y ajenos.
Cabe acotar que estas situaciones de caída económica
solían llegar entreveradas con algún amorío
de Sergio, lo que despertaba fuertes ataques de celos en
María.
Hubo proyectos laborales que encaró
el matrimonio en conjunto – porque también
esto lo intentaron – que luego de un exitoso comienzo,
terminaban en fracaso.
Aquí quisiera hacer una acotación
clínica porque también el discurso de María
tenía esta característica.
Comenzaba sus relatos con cierto entusiasmo y con la mirada
vivaz y a medida que iba avanzando, lo que contaba se convertía
en un embrollo Por un lado confundía los tiempos
poniendo en una misma serie, como si fueran simultáneos,
hechos no solo muy disímiles entre sí, sino
que además un hecho posterior lo relataba como si
fuera anterior en el tiempo.
Fueron, entonces, las sensaciones de mareo
que me iba generando su discurso lo que me puso sobre alerta.
Y decidí abandonar la atención flotante.
Si yo le pedía alguna aclaración, María
levantaba la voz como para hacerme callar. Se irritaba.
Y cuando continuaba con su relato, aparecía el otro
aspecto al que quería referirme. Su tono se volvía
cansino, la mirada se le volvía brumosa, como perdida
y así, ese relato que había comenzado con
cierta vivacidad iba languideciendo, como si perdiera el
interés por seguir hablando.
Otra situación clínica significativa
era que, en varias oportunidades, alcanzaba con que yo hiciera
cualquier comentario menor para que automáticamente
María – utilizando mi comentario como guía
y punto de apoyo – iniciara desde allí un tema
nuevo, desarticulado del anterior. Lo intenté varias
veces para asegurarme de lo que notaba. Y efectivamente
la situación se repetía. Metafóricamente
hablando, diría que “se iba por las ramas sin
siquiera rozar el tronco. Casi como si no hubiera tronco”.
Por ejemplo, durante una sesión, en que había
llegado con la cara desencajada porque había contado
con la ayuda económica de una amiga y ésta
la defraudó, comentó: “Paula (la amiga)
tiene un amante. Sobre su padre, director de la institución,
se dice que tuvo una hija ilegítima. Yo a paula la
conocí cuando tomé lases de ikebana. En esa
época teníamos una casa con un jardín
muy grande y yo heredé de mi tía el gusto
por el jardín....me prece que me estoy yendo para
otro lado, diríjame Ud. para que no me pierda....”
Tal vez un complemento de esto podría
encontrarse en la apriencia de su cuerpo. Un poco como una
forma armoniosa, sin un esqueleto adentro que la contenga.
Al estilo de esas muñecas de género que se
adhieren a cualquier superficie.
Así, su cuerpo parecía tan lábil como
su discurso, necesitado de puntos de apoyo externos en donde
sostenerse.
Cabe aclarar, continuando con la historia
de María, que al momento de la consulta, ella y su
marido vivían en una pequeña casa alquilada
y poseían un negocio de artesanías, última
fuente de ingresos que les quedaba. Este negocio tenía
una deuda pendiente, de cuyo pago dependía que el
negocio subsistiera o que se quedaran definitivamente sin
recursos.
Algunos años antes, cuando perdieron
el último terreno del que habían sido propietarios,
María sufrió un ataque de angustia, por el
que había debido ser internada durante una semana.
“Vengo a verla a Ud.” –
había dicho como motivo de consulta – “porque
tengo miedo de que nos quedemos sin el negocio. Y si no
encontramos quien ponga la plata, nos quedamos en la calle.”
Para ella no existía otra posibilidad
– como la de renegociar la deuda u otras variantes,
por ejemplo. La única alternativa para María
era que alguien puiera el dinero. Ysi quedaba entrampada
en un nuevo endeudaiento, ese pasaba a ser un tema secundario.
Y si el nuevo endeudamiento llegaba a afectar el futuro
vínculo con sus hijos, también ese era un
tema secundario.
Aquí su discurso se volvía terminante:
“a mí no me interesa hablar de nada que no
sea de donde voy a encontrar esa plata. Lo demás
no me interesa. Y si no llego a conseguirla, me tiro debajo
de un tren!!!
Comentarios
Como punto de partida, entendemos estatendencia
o adicción de María al endeudamiento dentro
de las situaciones clínicas conocidas como afecciones
tóxicas, en el marco de las patologías del
desvalimiento.
Si bien este tratamiento está en sus
inicios, y momentáneamente interrumpido, a grandes
rasgos podemos decir que esta paciente se encuentra en estado
de retracción. Que su libido, luego de haber desinvestido
una parte de la realidad (ligado a sus orígenes en
un contexto de drogas y alcohol) ha quedado sobreinvisitiendo
su yo. Y que se encuentra en ese momento en que ya no puede
sostener su ilusión de omnipotencia pero, a la vez,
continúa desmintiendo la realidad.
También vemos que su percepción
no tiene la función de brindarle datos del mundo
exterior, con estímulos diferentes, sino que le sirve
de guía para adherirse a las personas: a su marido,
a sushijos y lentamente a mí también. Entonces
cualquier intervención analítica que sacuda
su estado de desconexión es recibido por María
como si fuera un golpe.
Así es como, entre los problemas que
se presentaron, nos encontramos con que
- María en las sesiones generalmente no escuchaba,
o
- cuando lograba escuchar algo que la convocaba a interrogarse
repensar algún aspecto de su historia respondía
con violencia. Es decir, expulsaba lo que escuchaba. o
- llegaba a la sesión siguiente quejándose
de que lo que había escuchado la había dejado
desvitalizada en un momento en que, como decía ella,
la “energía la necesito más que nunca”,
o
- como la realidad no le aportaba lo que ella demandaba
– dentro del tiempo acuciante de sus necesidades –
me presionaba con amenazas de cualquier tipo, incluso la
del suicidio.
Si bien existen dos datos auspiciosos,
uno: que decidió aceptar un trabajo que le ofrecieron
en tareas administrativas como para poder disponer de dinero
propio y el otro: que concertó una entrevista con
un abogado para liberarse de un pago que no le correspondía,
la dificultad mayor en este tratamiento consiste en encontrar
la forma de lograr que las intervenciones tengan eficacia.
*Adela Woizinski es psicoanalista, integrante
y docente del Centro de Salud Mental y Comunitario Nr.1.
Docente del Centro S.Freud de Estudios Psicoanalíticos.
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