Pilar
Vega * Nunca como ahora las áreas
urbanas han reflejado los impactos de genero producidos
por la globalización económica; las redes
productivas, culturales y el consumo. Estas transformaciones
han viajado de forma inmediata gracias a la velocidad alcanzada
por el transporte material y la aceleración virtual
de las nuevas tecnologías de la información.
Esta situación ha provocado que todas padezcamos
la inseguridad alimentaría, paguemos por la privatización
del agua en manos de las multinacionales, llevemos puesta
la misma ropa confeccionada por las maquiladoras, respiremos
los mismos contaminantes producidos por el tráfico
rodado o tengamos un único pensamiento en cualquier
parte del planeta.
Pero bajo esta uniformidad se esconden profundas
desigualdades no sólo respecto a los hombres, sino
entre las propias mujeres. Es un tiempo de vivencias contradictorias
donde, por un lado los nuevos inventos de la globalización
ofrecen algunas ventajas para la vida cotidiana, pero generan
nuevos problemas, con consecuencias ambientalmente irreversibles.
Cuando tras la Segunda Guerra Mundial, las
instituciones de Bretón Woods (FMI y Banco Mundial)
idean los mecanismos necesarios para generalizar el desarrollo
económico de forma universal en todo el planeta,
comienzan a modificarse entonces los modos de vida y se
inicia una etapa de transformaciones sociales y ambientales
nunca vistas.
Los nuevos hábitos de consumo de masas
generan suculentos beneficios económicos, al tiempo
que degradan territorios cada vez más explotados.
Este modelo se irá extendiendo poco a poco de forma
universal hasta convertirse en una nueva colonización
urbanística que confinará a una nueva mujer
al hogar suburbial. Se intensifica la conquista territorial,
la escala y el ritmo en la explotación de los recursos
y de las culturas, que alcanza ahora a todo el planeta.
Este nuevo modelo de consumo muestra en los
medios de comunicación a las mujeres occidentales
como las grandes conquistadoras de la felicidad; son aquellas
que habitan en viviendas unifamiliares, con automóvil
y a las que los adelantos tecnológicos liberan de
los duros trabajos domésticos, desarrollan estilos
de vida que les encierra en el hogar de forma similar a
como habían padecido las mujeres de otras generaciones.
Es este el prototipo femenino que necesitan las multinacionales
para poder dar salida indefinidamente a los inventos del
consumo.
El modelo se exporta a todas las zonas del
planeta, saltándose las barreras culturales y religiosas
o las condiciones climatológicas; si en occidente
estos cambios se explican como una aparente liberación,
en la periferia las desigualdades afectan a muchas más
mujeres y de forma más clara. En numerosas ocasiones
a la sumisión patriarcal de la costumbre local (padres,
maridos o hermanos) se añade el abuso laboral de
las multinacionales en las cadenas de producción,
la explotación sexual para el turismo internacional
masculino o el control del cuerpo a través de las
pautas marcadas por las organizaciones internacionales de
la salud.
En las zonas rurales de la periferia donde
las mujeres han desempeñado un papel fundamental
en la agricultura de escala local, el nuevo modelo las separa
de la tierra y las convierte en consumidoras.Todo esto les
obliga a trabajar para las multinacionales por sueldos irrisorios,
para comprar estos mismos productos universales.
La implantación de las corporaciones
multinacionales necesita grandes infraestructuras (autopistas,
presas, aeropuertos, etc) que generan importantes impactos
ambientales, y aniquilan los elementos básicos de
las pequeñas y locales explotaciones agrícolas.
El agua escasea y se contamina, el suelo se desertiza, los
bosques desaparecen, etc. Numerosas poblaciones se ven forzadas
a trasladarse a las megalópolis, otras se adaptan
a las nuevas reglas impuestas por las multinacionales formando
parte de un nuevo esclavismo.
Curiosamente las corporaciones internacionales intensifican
y refuerzan el papel de los hombres convirtiéndolos
en capataces de las explotaciones de monocultivos, y utilizan
mano de obra femenina y barata para el trabajo menos cualificado.
A partir de ahora la agricultura funciona como la cadena
de montaje de una factoría, desligándose de
la diversidad de la tierra, y culmina con el dominio de
la naturaleza por parte de la ingeniería genética.
El conocimiento de las prácticas agrícolas
que las mujeres han acumulado durante siglos, no sirve en
este nuevo modelo productivo manipulado por un ingeniero
desde el microscopio de las multinacionales que tiene un
único objetivo, lograr grandes beneficios en un corto
periodo de tiempo.
A partir de ahora la seguridad alimentaria
queda fuera del control de las mujeres, las corporaciones
no solo modifican genéticamente las semillas de las
plantas y los animales, sino que además introducen
elevados niveles de pesticidas, funguicidas, fertilizantes
o antibióticos, que se bioacumulan en los cuerpos,
generando graves enfermedades. Para dar salida a los nuevos
diseños de alimentos las corporaciones dedican buena
parte de su presupuesto a modificar los hábitos alimenticios
introduciendo dietas uniformes en todos los pueblos del
planeta. La publicidad interviene promoviendo la necesidad
de estos cambios en los gustos alimentarios: bífidos
activos, ácidos omega3, leche enriquecida en calcio
o productos light. Los expertos en nutrición de las
multinacionales destruyen de este modo la diversidad alimentaria
que las mujeres transmitían de generación
en generación.
Sin embargo, por encima de la apariencia física,
del aspecto del paisaje, del volumen de consumo de productos
de compañías transnacionales, tanto en las
periferias como en el centro del modelo, pervive lo peor
de otras épocas: violencia domestica, costumbres
ancestrales…. ¿ Será capaz la globalización
de frenar las injusticias generadas por las desigualdades
de genero?. O por el contrario, en el momento presente ¿se
están reforzando aún más estos desequilibrios,
al convertir a los patriarcas en los verdaderos amos del
mundo y en los estrategas de la cotidianidad de las mujeres?.
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