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Por Ramón Fernández Durán*.
Especial.
El presente texto forma parte del libro “La compleja
construcción de la Europa Superpotencia” (Una
aportación al debate sobre la Constitución
Europea y en torno a sus resistencias de Ramón Fernández
Durán. El libro ha sido publicado en la editorial
catalana Virus.)
Dificultad de construir un imaginario
común “europeo” (salvo el del miedo)
El “proyecto europeo”
es un proyecto sin alma, pues su cemento unificador es puramente
el de los intereses de las fuerzas del dinero, el verdadero
sujeto constituyente del mismo, y muy en concreto de la
Constitución Europea. Lo cual acentúa aún
más la dificultad para desarrollar un imaginario
común “europeo”, sobre todo con la urgencia
que demanda la propia evolución (de vértigo)
de esta “Europa” del capital. La construcción
pues de una identidad “europea”, de un “nosotros”,
es una tarea enormemente compleja. Y sin embargo absolutamente
necesaria para un proyecto de poder (la UE), interno y externo,
que se sustenta en la necesidad de establecer un “adentro”
y un “afuera”, y una estructura política
supraestatal y jerarquía institucional que necesita
estar legitimada de cara a su población. Si la construcción
de las diferentes identidades nacionales fue un proceso
arduo que tardó siglos en fraguarse, y que todavía
está incompleto o en crisis en muchos casos, la labor
del desarrollo de una identidad supraestatal a escala comunitaria
se perfila como una aventura enormemente complicada. Máxime
cuando se parte de la crisis de imagen pública de
la que adolecen actualmente las estructuras comunitarias,
que se intensifica conforme se expande y profundiza el “proyecto
europeo”. Además, la UE a Veinticinco es un
mosaico tremendamente diverso en el que existen más
de veinte lenguas reconocidas oficialmente, pero donde se
hablan muchas más. Algunas de ellas, como el catalán,
se hablan bastante más que otras oficiales, como
el lituano, el estonio, el letonio o el maltés. Y
no hay que olvidar que la lengua es uno de los principales
vectores que configuran una determinada identidad sociocultural.
No en vano son la lengua y la cultura las que mantienen
todavía respirando la “legitimidad” del
Estado-nación, que las troqueló, manipuló
e impulsó a lo largo del tiempo para afianzarse a
sí mismo, o las que los ponen en crisis cuando no
son asumidas las que emanan de estas estructuras de poder.
Por otro lado, se da la paradoja de que la Comisión
Europea para funcionar sólo reconoce tres lenguas
de trabajo: inglés, francés y alemán,
que se corresponden con los tres principales países
de la UE, pero que paulatinamente se impone, como lingua
franca, una de ellas: el inglés. Sólo el Parlamento
Europeo funciona, en principio, como una Babel en donde
se trabaja con las distintas lenguas oficiales, aunque a
lo largo del tiempo se ha ido consolidando también
el uso de la lengua de Shakespeare como principal vehículo
de comunicación. Curiosamente el paso de la UE a
Quince a la UE a Veinticinco está afianzado esta
hegemonía del inglés, ante la complejidad
de operar con tamaño número de lenguas a escala
comunitaria. Y se da por tanto un problema adicional pues
la lengua común que se desarrolla es aquélla
en la que se expresa la cultura anglosajona, es decir, aquellos
Estados (principalmente EEUU, pero también Gran Bretaña,
en el espacio noratlántico) que más ponen
en cuestión, uno desde fuera y otro desde dentro,
el desarrollo de un potente proyecto político (y
militar) “europeo”. Mientras tanto, el francés
y el alemán van desapareciendo como lenguas de uso
comunitario, lo que se observa con gran preocupación
por el eje París-Berlín, que asiste impotente
a ese proceso. Y el “español” (castellano),
la segunda lengua de Occidente, y el italiano, que lo hablan
más de sesenta millones, han quedado ya en vía
muerta dentro de la UE.
Esta situación plurilingüe y multicultural de
la UE contrasta con el temor que está suscitando
en EEUU, la irrupción cada día más
potente de la minoría hispana que habla distintas
variantes del castellano, y dentro de ella muy en concreto
la expansión de la comunidad de origen mexicano.
Hasta hace poco el inglés era la lengua prácticamente
única, en la que se expresaban prioritariamente las
distintas comunidades étnicas. Samuel Huntington
sostiene que esta dinámica es una verdadera amenaza
para una sociedad anglo protestante, en donde el American
Dream solo se puede soñar en inglés, y que
puede conducir a una fragmentación de la sociedad
creando dos idiomas y dos culturas. La minoría hispana
está vinculada con el catolicismo, y además
la comunidad mexicana tiene una fuerte herencia indígena,
lo que chocaría (según él) con la cultura
WASP (White Anglosaxon Protestant: Blanca Anglosajona y
Protestante) hegemónica en EEUU. Lo cual podría
poner en peligro el concepto de Nación y Religión
sobre el que se sustenta el modelo estadounidense. Es curioso
cómo en la hiperpotencia tan sólo la consolidación
de una minoría (en fuerte crecimiento) que habla
otra lengua y posee otra cultura se considera por los poderes
fácticos (pues Huntington habla en nombre del Stablishment)
un verdadero riesgo a los principales elementos generadores
de identidad nacional (Huntington, 2004).
Los ciudadanos del Este, los
menos “europeos”
Por otra parte, en los países
del Este recién ingresados se observa una gran presencia
de grupos mediáticos vinculados a EEUU, lo que plantea
un problema adicional para transmitir la “europeidad”
made in Bruselas a este amplio espacio periférico
comunitario. En él sus identidades nacionales están
además en crisis al haberse constituido tardíamente,
al haber sido bruscamente remodeladas sus sociedades por
el “socialismo real”, y al haber sido más
tarde zarandeadas de arriba abajo por la quiebra de éste
y por su ingreso en la UE. En un primer momento todo lo
que venía de Europa occidental parecía contar
de amplio apoyo social, pero tan pronto como se empezaron
a percibir los costes de la transición al nuevo modelo
que se les imponía a sus sociedades desde Bruselas,
esto está dejando de ser así para amplios
sectores de población. En este sentido, llama la
atención cómo la incorporación formal
a la UE ha sido en una fecha tan señalada como el
1º de Mayo, el “día del trabajo”
que era ampliamente festejado en los países de “socialismo
real”. Esto es, pudiendo ser cualquier otro día,
dicho acto se ha celebrado de forma ostentosa en esa jornada,
quizás con ánimo de sepultar definitivamente
el valor simbólico de dicha fecha, y de que sea recordada
tan sólo como la del ingreso “glorioso”
en la UE. No en vano el himno que sonaba en tal celebración
en las ciudades del Este era el Himno de la Alegría,
el oficial de la UE, y no ese otro ya “pasado de moda”
que es la Internacional. No es una casualidad la elección
de la fecha, pues como se dice popularmente “no hay
puntada sin hilo” en las decisiones comunitarias.
El calendario es muy vasto, pero precisamente parece que
no había más remedio que elegir el primero
de mayo para la ampliación de la UE. Además,
puestos a elegir, podía haber sido unos días
después, el 9 de mayo, formalmente “el día
de Europa”. Pero no, parece que había prisas
y que el ingreso tenía que ser ocho días antes.
Igualmente, de paso, de cara a las poblaciones de los Quince,
es una forma también de celebrar en el futuro dicha
fecha como la del nacimiento de la nueva “Europa”,
intentando desplazar de este modo las connotaciones que
ese día tiene, todavía, de cara a la conmemoración
de las luchas por conseguir otro tipo de sociedad.
Sin embargo, las sociedades del Este empiezan a ser cada
vez más conscientes de que se les ha vendido gato
por liebre. Además, se acentúa su sentimiento
de “ciudadanos de segunda clase” en la UE ampliada,
pues la Constitución Europea no les reconoce uno
de los derechos fundamentales de los “ciudadanos de
primera” occidentales. Esto es, como se ha señalado,
el que durante varios años, entre tres y cinco, como
poco, y tal vez siete (si no más, tiempo al tiempo),
no gozarán del derecho a la libre circulación
y residencia, lo que les condena a permanecer atados a unas
condiciones socioeconómicas que prometen empeorarse
sustancialmente. Y lo expresan prioritariamente desentendiéndose
manifiestamente de la “cosa pública”,
en especial de la comunitaria. Las últimas elecciones
al Parlamento Europeo son una muy buena muestra de ello
(26% de media de participación electoral en estos
nuevos miembros de la UE) . O como en la antigua Alemania
del Este, que ante las reformas de fuertes recortes sociales
preconizadas por el gobierno de Schröder, que les afectan
muy directamente, se movilizaron con las mismas tácticas
(convocatorias semanales el mismo día) que provocaron
la caída del régimen de la RDA, y que activaron
más tarde las “revoluciones de terciopelo”.
No es casualidad que el poder político en Berlín,
sumamente nervioso, las calificase de insulto a la memoria
histórica, y que las propias estructuras comunitarias
de Bruselas estén enormemente preocupadas ante la
repercusión que hayan podido tener en el resto de
las sociedades del Este. En estas circunstancias es muy
difícil construir un “nosotros” común
a escala comunitaria. En especial, también, para
las mujeres del Este que tienen unos derechos reconocidos
(a escala estatal) muy inferiores a los de sus congéneres
de los Quince, y a las que la Constitución Europea
no les garantiza para nada que consigan igualarlos. Una
razón adicional para la potencial desmotivación
“europea” de la mitad de la población
de dichos países.
La concreción pues de ese imaginario común
“europeo” ha sido hasta ahora muy limitada,
ya que aparte quizás del festival de Eurovisión
(en el que curiosamente participa Israel), los programas
Erasmus para los intercambios universitarios juveniles,
las posibilidades de conocimiento y contacto que brinda
interrail para los mismos sectores, la existencia de Euronews,
que tan sólo alcanza a las clases medias ilustradas,
o el indudable atractivo que supone la Eurocopa para amplios
sectores de la población (fundamentalmente) masculina,
no se puede decir que haya habido otros instrumentos que
posibiliten la plasmación de ese “nosotros”
que vanamente se busca crear desde las estructuras de poder
comunitario. El deporte espectáculo está reforzando
en los últimos tiempos de forma especial el sentimiento
de identidad nacional a escala estatal, curiosamente cuando
ha entrado en crisis el concepto de ciudadanía estatal,
porque el Estado-nación se desentiende del devenir
de amplios sectores sociales “autóctonos”
, pero parece difícil que pueda afianzar la identidad
por el momento a nivel “europeo”. Y parece que
sólo el euro es algo “compartido” a escala
de la UE (mejor dicho del Eurogrupo). Pero después
de la inicial “euforia ciudadana”, mediáticamente
construida (con un gasto publicitario ingente), todo indica
que se ha impuesto una cierta cordura cuando se han percibido
que los efectos del euro para el común de los mortales
tan sólo ha sido un encarecimiento generalizado de
los precios básicos, que curiosamente no tiene el
reflejo adecuado en el IPC (con el que se indexan generalmente,
o se negocian, salarios y prestaciones sociales).
Haciendo de la necesidad virtud,
y orientándola al mercado
En definitiva, podríamos
afirmar que lo que caracteriza a “Europa” es
la gran diversidad lingüista, política, ideológica,
cultural y hasta religiosa de las distintas sociedades que
la integran. Como hemos visto en la UE no ha habido una
religión predominante , y además éstas
claramente cumplen un papel residual, pues podemos afirmar
que la Unión es el territorio más laico del
mundo. No en vano Europa fue la cuna de la Ilustración
y uno de los espacios centrales de las luchas del movimiento
obrero, que alumbró el socialismo y el comunismo.
Asimismo, la UE quizás sea una de las regiones a
escala planetaria donde se ha dado una mayor emancipación
de las identidades colectivas. Y por otro lado, la presencia
como se ha apuntado de más de veinte millones de
habitantes no comunitarios, diez de ellos de origen musulmán,
adereza aún más la complejidad del tablero
social “europeo”, sobre todo en sus metrópolis,
que se han convertido en territorios cada día más
multiculturales. Al mismo tiempo, el fin de las sociedades
de masas y la fragmentación adicional típicos
de la postmodernidad acentúa todavía de forma
más acusada la dificultad de llegar a definir y a
plasmar un “nosotros” a escala comunitaria.
Recientemente, el nuevo presidente de la Comisión
Europea, Durao Barroso (2004), reconocía esta enorme
diversidad que caracteriza a la UE, y haciendo de la necesidad
virtud decía que la verdadera identidad europea era
su diversidad. La genuina identidad comunitaria era, comentaba,
los valores que la atravesaban, “no las razas o las
culturas”, añadía; en concreto, el arraigo
del modelo social europeo, la defensa de los derechos humanos,
el respeto a la diversidad, la tolerancia, la solidaridad,
la igualdad entre los hombres y mujeres, el Estado de Derecho,
la libertad, etc. Resaltaba el hecho de que era preciso
“conectar a los ciudadanos europeos con las instituciones
comunitarias”, y que era necesario difundir el mensaje
de que la prioridad inmediata del “proyecto europeo”
es impulsar el crecimiento y el empleo a través de
la competitividad, y que ésta se logrará mediante
la llamada Estrategia de Lisboa. La nueva agenda ultraliberal
aprobada en la ciudad lusa en el año 2000, y todavía
pendiente de aplicación en muchos de sus capítulos,
para hacer de la Unión el espacio más competitivo
del mundo para el 2010, según consta como principal
objetivo. Y este será el gran leit motiv de su presidencia.
La Estrategia pretende eliminar las restricciones sociales,
políticas y ambientales al funcionamiento de la lógica
de mercado en todos los terrenos, para impulsar el crecimiento
y el empleo (y como parte de ella la controvertida directiva
Bolkestein, que más tarde comentaremos). Es así,
se nos exhorta, como lograremos mantener el modelo social
europeo. Es decir, dicho irónicamente, desmantelar
dicho modelo, como vía para hacerlo “sostenible”.
El triunfo del “doble lenguaje” del Gran Hermano.
Parecería como si lo que se quisiera lograr es crear
una identidad común “europea” en base
a la asunción por la ciudadanía comunitaria
de la lógica de mercado, creando una sociedad y un
individuo de mercado, no sólo una economía
de mercado. Y que esa identidad se impusiese por el miedo
a la exclusión del crecimiento, del trabajo y del
consumo. Esto es, por el temor fundado a la ausencia de
una vía de escape a la lógica competitiva
del mercado, y por que se generalizase la convicción
de que la mejor defensora de ésta fuera la UE, para
así poder proporcionar empleo a la población
“europea”, aunque éste sea altamente
precario y cada vez más a costa del resto del mundo.
1-En Polonia fue aún más
bajo, tan sólo el 20%, y en Eslovaquia se quedó
en un ridículo 17%.
2-Es decir, se rompe el “contrato social” que
en su día (a finales del siglo XIX y principios del
XX) permitió la creación, extensión
y materialización paulatina de la ciudadanía
estatal, que se afianza más tarde con la concreción
del Estado del Bienestar.
3-Europa fue donde principalmente se expandió el
cristianismo, y más tarde sus derivas católicas,
protestantes y ortodoxas, pero también fue donde
el judaísmo tuvo (y tiene) una considerable presencia
durante siglos, así como cabe resaltar que ocho siglos
de cultura musulmana impregnaron a una parte importante
del territorio europeo.
Construyendo “patriotismo
europeo” en torno a la seguridad
Pero así, es imposible
crear un amplio imaginario social “europeo”
que sustente la construcción de esta “Europa
del capital” y la defienda, al menos por el momento.
Todavía subsisten, aunque degradados, múltiples
mecanismos de apoyo del Estado social, redes sociales y
familiares de solidaridad, y una subjetividad colectiva
e individual que aún no está totalmente dominada
por la lógica del mercado. El individuo y la sociedad
de mercado, puros y duros, no se han logrado crear todavía
en el espacio “europeo”, y por tanto no funcionan
las dinámicas que le gustaría a Barroso que
operasen. Y es por eso por lo que se va a intentar consolidar
el apoyo a la UE, se está haciendo ya, en base a
otros miedos más inmediatos, menos abstractos, que
también son socialmente construidos y manipulados
desde las instituciones. A través de una apropiación
(y gestión) autoritaria del miedo y la inseguridad
creciente, como forma de apoyo al statu quo. Es decir, agrupando
en torno a la defensa de “Europa” (de sus Estados-nación
y cada vez con más énfasis de las instituciones
comunitarias) a los pretendidos beneficiarios de este modelo,
contra todo aquello o todos aquellos que lo pudieran poner
en cuestión. Sea el “terrorismo internacional”,
que se vincula cada vez más con el mundo islámico;
aunque aquí, al contrario que en EEUU, es más
difícil convertir ese miedo en patriotismo “europeo”.
Sea la desigualdad y desestructuración social interna,
por eso hay una creciente criminalización de la pobreza
(el “otro” autóctono), y se camina poco
a poco hacia un Estado penal tipo EEUU. Sea el “Otro”
que vive en la Unión (el extracomunitario) , por
eso se produce un cada día mayor acoso y persecución
del mismo. Aunque eso sí, se establezca una categoría
inferior a la de la “ciudadanía plena”
para los “residentes (“legales”) de larga
duración de fuera de la UE”, los “extraños
a la comunidad”; nada más y nada menos que
unos veinte millones de personas en toda la Unión
. O sea, cómo no también, cualquier sector
contestatario que pretenda cambiar el idílico orden
de cosas existentes (el “otro” díscolo
o rebelde), al que fácilmente se le puede llegar
a tachar también de “terrorista”, ese
término que se ha convertido en un cajón de
sastre en el que parece que cabe cualquier disidencia.
En un momento determinado, tras el 11-S y especialmente
con ocasión de la guerra contra Irak, se puede decir
que sí se creó un sentimiento común
europeo que fue el del rechazo a la guerra. Es algo que
en mayor o menor medida atravesó al conjunto de las
sociedades europeas. Un factor aglutinador. Y es algo que
obligó también a muchos países de la
UE, a pesar de todo, a mantener ciertos posicionamientos
públicos, aunque interviniesen también los
intereses mencionados anteriormente. El sentimiento de rechazo
a la guerra todavía es muy fuerte en las sociedades
europeas. Al contrario que en EEUU. El horror a la guerra
todavía permanece en la memoria de las sociedades
europeas. No en vano Europa fue la que más sufrió
en sus propias carnes las dos guerras mundiales, que marcaron
la primera mitad del siglo XX. Sus poblaciones lo celebran
aún con dolor. Y sobre ese sentimiento tuvo que cabalgar
el poder político, estatal y comunitario. De hecho,
a los gobiernos que expresaron un apoyo explícito
a la guerra, el tiempo les está pasando una abultada
factura. Y es más, el rechazo a la guerra contra
Irak de la “Vieja Europa” (liderada por Francia
y Alemania), reforzaba la identidad con la UE que ésta
representa en amplios sectores de población. Pero
el “proyecto europeo” para nada quiere construir
un “nosotros” sobre ese sentimiento genuino
que expresa quizás lo mejor de Europa. Y así,
la Constitución Europea camina por una senda claramente
militarista (y securitaria), aunque con una falsa retórica
pacifista que no logra ocultar su expreso deseo de construir
un potente ejército que defienda los intereses de
la UE allí donde haga falta. Si bien la manipulación
llega a tales niveles como para intentar vender la Constitución
como la forma de crear un contrapeso moderador al “amigo
americano”, en el escenario irrenunciable de la “globalización”
. Por otro lado, el atentado del 11-M en Madrid, y el fuerte
sentimiento de solidaridad que se expresó en toda
Europa, ha sido ampliamente utilizado y manipulado por las
estructuras comunitarias en beneficio propio, en el sacrosanto
nombre de la necesidad de impulsar la lucha contra el terrorismo.
En este sentido, el fantasma del 11-M, y el miedo a atentados
similares, se están aprovechando para justificar
y legitimar el “proyecto europeo”, argumentando
que su desarrollo y reforzamiento permite garantizar una
mayor seguridad para todos los ciudadanos de la UE. Zapatero,
en su último mitin de la campaña del referéndum,
recurrió al fantasma del terrorismo, pidiendo el
“Sí” para la Constitución Europea
para mejor luchar contra ETA y el radicalismo islámico.
4-Pero también,
en muchas ocasiones, el intracomunitario, esto es, los ciudadanos
del Este que habitan en los países de los Quince.
5-Esta población no comunitaria supone el 10% en
algunos países, siendo el 6% la media a escala de
la UE.
6-Un argumento-trampa tan eficaz que hasta han caído
en él algunos iconos del movimiento “antiglobalización”
como Toni Negri o Susan George, como más adelante
apuntaremos.
La urgente
necesidad de vender “Europa” a los “europeos”
Sin embargo, a pesar de todo, la falta de apoyo popular
a “Europa” ha adquirido tales niveles, que el
nuevo presidente de la Comisión Europea ha asignado
dentro de su nuevo equipo a una comisaría, Margot
Wälstrom, con rango nada menos que de vicepresidenta,
los cometidos relativos a la Estrategia de Comunicación
de la UE. Eufemismo que trata de ocultar la imperiosa necesidad
de “vender la moto” del “proyecto europeo”
a la población comunitaria. Y entre otras estrategias,
aparte de las puramente mediáticas o aquellas otras
más subliminales que se diseñan, están
los intentos de implicar a los representantes de la llamada
“sociedad civil” en la defensa del “proyecto
europeo”, y muy en concreto de su Constitución.
Recientemente (febrero 2005) ha tenido lugar un encuentro
en Bruselas propiciado por la Comisión junto con
las principales ONG´s “europeas” de muy
diversos ámbitos (medioambientales, sociales, de
derechos humanos, cooperación, humanitarias, de mujeres
y culturales), bajo el lema “Act4europe” (es
decir: “apoyando a Europa”; www.act4europe.org).
En él las grandes ONG´s se comprometían
(convenientemente financiadas para ello, como se pedía
públicamente) a dar a conocer la Constitución,
en especial sus valores y objetivos, aquello más
vendible y que es pura retórica, y a crear un clima
positivo a escala comunitaria para su aprobación.
Este grupo de ONG´s ya se venía reuniendo desde
que se creó la Convención, como Grupo de Contacto
con la Sociedad Civil, con el fin de crear un simulacro
de participación pública en el proceso “constitucional”.
Como se reconocía en uno de los textos de la conferencia
(Act4europe, 2005), del orden de un 40% de la población
“europea” está de una u otra forma, directa
o indirectamente, implicado o relacionado con los trabajos
de las ONG´s, o en el ámbito del trabajo voluntario,
por lo que estas organizaciones cumplen un importante papel
en la conformación de la llamada “opinión
pública”. Además, se afirmaba, la confianza
ciudadana en ellas es muy alta. Por ello su papel de cheerleaders
para animar a la aprobación constitucional no estaría
dirigido sólo a las poblaciones sobre las que operan,
o se proyectan, sobre todo de cara a los referendos consultivos
previstos, sino asimismo a convencer a los grupos parlamentarios
opuestos a la aprobación de la Carta Magna. Esta
labor cobraría especial relevancia en aquellos parlamentos
donde existe una alta probabilidad de rechazo constitucional,
muy en concreto en la República Checa y Gran Bretaña.
Aquí también hemos podido comprobar el papel
que han jugado de cara al Referéndum distintos colectivos
sociales y culturales, aparte de los grandes sindicatos,
que aleccionaban a la ciudadanía por el “Sí”.
Es conveniente reseñar que, dentro de los Quince,
en toda la primera etapa de la “globalización”,
durante los ochenta y los noventas, las ONG´s, que
se han desarrollado profusamente, y todo aquello que configura
eso que se ha venido a denominar el Tercer Sector, han cumplido
un papel muy importante para desactivar el conflicto social,
e instaurar una especie de “paz social subvencionada”
(Vela, 2004). Cada vez hay más población,
hasta ahora, viviendo en todo este ámbito de la sociedad,
y de los dineros públicos (y en algunos casos privados,
vía fundaciones) que convenientemente dosificados
y regulados lo riegan, lo que logra amortiguar la precarización
creciente que genera y expulsa la estructura central del
mundo económico-financiero. Es decir, donde opera
podríamos decir el “consenso productivo”
que encuadra a la población asalariada clave para
los procesos de acumulación del capital. Fuera de
él, estos sectores periféricos en expansión
sirven para absorber parte de una precarización en
ascenso, haciendo que ésta sea “sostenible”,
y sirva de encuadramiento social, directo e indirecto, de
un número nada despreciable de personas. Una gran
masa de población asistida y asistente, incluido
el voluntariado que se activa y se gestiona desde el Estado
en estos años. Se está desmontando pues el
Welfare universal de los sesenta, pero se puede acceder
en muchos casos a través de relaciones personales,
políticas o clientelares, a los beneficios limitados
que se incuban en torno a estas actividades. En definitiva,
todo ello se ha convertido en un mecanismo de atenuación
de desequilibrios sociales, en una vía de gobernabilidad
del desmontaje del Estado social, y en un instrumento que
ha hecho menos traumático, y a su vez ha posibilitado,
la tendencia del régimen asalariado postfordista
de desarticular la agregación de la población
trabajadora heredada del pasado, y evitar su eventual recomposición
(conflictiva). Y al mismo tiempo, esta dinámica ha
permitido apurar los márgenes de empobrecimiento
sin que haya, hasta ahora, una caída del consumo,
variable fundamental del crecimiento de la economía
capitalista. Sin embargo, este colchón que ha permitido
(especialmente en la “Europa” de los Quince)
construir una cierta “paz social subvencionada”,
aunque dentro del mismo también se incubaran en ocasiones
múltiples resistencias, parece estar agotando ya
su capacidad de crecimiento en esta nueva etapa de expansión
capitalista. Una etapa cada vez más dominada por
la acumulación directamente monetario-financiera
(en crisis), que está marcando el paso hacia nuevas
formas de gobernabilidad a escala mundial: la “globalización
armada”. Y esta etapa está alcanzando ya de
lleno a “Europa” (y a sus formas de gobierno
interno), que tiene que adaptarse como sea a los nuevos
tiempos que corren. Le va la vida en ello.
* Ramón Fernández Durán, miembro de
Ecologistas en Acción-Madrid
mayo de 2005
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